l Tropezando con melones - Blog de David Torres: Infancia de miedo, cine de verano

David Torres, escritor, guionista y columnista

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martes, 29 de julio de 2008

Infancia de miedo, cine de verano

Mi padre ha trabajado en más oficios de los que yo puedo recordar. Fue pastor de cabras a los siete años, panadero a los doce, pescador en una traíña a los dieciocho, mecánico naval en un carguero a los ventitantos, mecánico de coches en la FEMSA a los treinta y camionero en la misma empresa antes de cumplir los cuarenta. Hay otros oficios pero se me olvidan. Mi padre ha cruzado toda España encima de un traíler y medio mundo sobre los lomos del mar: cuando yo nací, él estaba en Dakkar, en las costas de Senegal, pescando gambas, y fue un barco francés el encargado de llevarle la buena nueva.

Aprendió a leer y escribir cuando ya era un hombre hecho y derecho, hazaña intelectual que no supe valorar en su justa medida hasta que trabajé en una academia de Moratalaz y vi a varios ancianos que se esforzaban cada día en la dificilísima tarea de descifrar palote a palote una inexpugnable piedra Rossetta.

Un verano, cuando yo tenía seis o siete años, mi padre se sacó unas perrillas extra haciendo de acomodador en un cine de verano. Llegaba a casa sobre las ocho o las nueve de la noche y, como un Madelman proletario, cambiaba el mono de mecánico por una camisa blanca y un pantalón oscuro. Cogía una pequeña linterna de mano y se iba para preparar las sillas de tijera frente a una pared blanca también pluriempleada, donde los chicos solíamos jugar al frontón y que hacía las veces de pantalla.

Luego llegábamos mi madre, mi hermano y yo, generalmente acompañados de una tartera metálica con tortilla de patatas y croquetas frías, y nos sentábamos en las sillas que mi padre había reservado para nosotros. Mientras caía la noche lo veíamos moverse precedido por el halo de santidad de la linterna cruzando las filas de asientos. En aquella pantalla improvisada en un solar de la calle Valdecanillas vi (en un programa doble que incluía Pánico en el transiberiano) una de las películas que más miedo me han dado jamás. Sólo recuerdo que iba de una mujer muy guapa que de repente se transformaba en una especie de mariposa gigante que chupaba la sangre a los tíos. (Sí. He dicho la sangre. Sólo la sangre. Vale.)



Es probable que me pasara media película con la cabeza metida entre las piernas porque no guardo más recuerdo de la metamorfosis de la mujer que una oscuridad impenetrable y el grito aterrado de sus víctimas. En el cine de terror, mostrar al monstruo casi siempre es un error garrafal porque no hay peor monstruo que el que tú te imaginas. En mi memoria, aquella película de la que no tenía el título ni el nombre de un solo actor, creció y creció hasta convertirse en algo más que un placentero emblema del miedo: se transformó en un símbolo del eterno femenino.

No sé si será por la ausencia de hermanas o porque en San Blas las niñas sólo servían como blanco de pedradas, pero, para mí, durante la adolescencia y buena parte de la juventud, las mujeres siempre han resultado un enigma impenetrable, bellas crisálidas que ocultaban en su interior una criatura pavorosa. Por razones que ahora no vienen al caso (quizá las cuente algún día), una vez tuve que hace un test de Roscharch y el psicólogo se quedó fascinado con la interpretación de ciertas figuras donde yo sólo veía ángeles andróginos y vaginas dentadas. En una de ellas, volví a ver a aquel horrible monstruo del cine de verano: una especie de ángel maligno con alas enormes. Por lo demás, debí de sacar una puntuación lamentable: no acerté ni una sola mancha.

Durante años y años intenté en vano buscar el título de la película. Cuando se inventó internet (hubo una época, créanme), entré un día en google y tecleé las combinaciones de palabras que pudieran darme la clave del enigma. Nada. Una noche feliz se me ocurrió preguntarle a Panadero (que es una enciclopedia viviente en doce lomos sobre cine de terror bueno y malo) acerca de una película de los años setenta, seguramente casposa, probablemente italiana, con sexo oblicuo y mariposa vampiro. Tampoco sabía de qué película le estaba hablando, pero hizo una llamada a su amigo Carlos Aguilar. Inmediatamente obtuve una corrección, un título y un nombre. La película no era italiana, sino inglesa. Era El deseo y la bestia, de Vernon Sewell.

La semana pasada, en un kiosco de periódicos, vi un programa doble de Vernon Sewell que incluía El deseo y la bestia y La maldición de altar rojo. Por supuesto, no resistí la tentación, lo compré en el acto y puse a rebozar mi memoria aquella misma noche. Me sorprendió descubrir que, entre el elenco de actores, estaba Peter Cushing, calavera inolvidable de mi infancia, perfil reflexivo de ave rapaz que fue el mejor Sherlock Holmes que yo recuerdo, el Van Helsing por antonomasia. La película era mala con un punto de ingenuidad conmovedora: un sabio loco que de repente recobra la cordura y un detective irresponsable que viaja de incógnito con su hija para que la jovencita sirva de unidad donante móvil. Carruajes a caballo, nieblas inglesas, tazas de té, bigotudos policías británicos. La actriz principal era tan bella y tan malvada como en mi recuerdo pero el monstruo no consistía en un perverso agujero negro, un ramalazo de oscuridad, sino en un lamentable disfraz de abejorro gordo estilo el Chavo del Ocho.

Volver a caminar ante la casa de una antigua novia, oír otra vez una canción que en tiempos lo fue todo, tirar del sedal para que emerja un terror de la infancia y descubrir que sólo era un trapo mojado. Luis Alberto de Cuenca escribió en un verso inolvidable que la nostalgia es un burdo pasatiempo. También puede resultar un ejercicio arriesgado, fútil, conmovedor a veces. Como intentar acertar una mancha en un test de Roscharch.

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25 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Lo del test de Roschar es un timo: te enseñan diez dibujos de cabras y cuando las identificas te tachan de maniaco obsesivo. Unos listos es lo que son...
Fdo: Millán Hasta Ahí, novio de la muerte y criador de mascotas legionarias

29 de julio de 2008, 12:19  
Anonymous Anónimo said...

Me gustaría haber dejado aquí cualquier parida, pero el texto es tan hermoso, tan cierto, tan evocador de mi propio miedo de niño, que no puedo sino respetarlo, no como el cretino de arriba.
Fdo: un ciudadano anónimo

29 de julio de 2008, 12:22  
Blogger David Torres said...

No, anónimo, no se equivoque. El chiste es buenísimo. Además, los lectores habituales del blog saben quién se esconde detrás de Millán Hasta Ahí. Vd. también puede verlo en una entrada que hice sobre Montaigne.

29 de julio de 2008, 12:31  
Anonymous Anónimo said...

DE aquellos barros, estos lodos. La última vez que pase por el barrio m,e eché a llorar. Lo de que 20 años no es nada es una mentira zafia de tango de baratillo. Tengo tantas películas en blanco y negro que cuando las echan ahora en color apago la tele. Las prefiero en mi memoria, con todos sus fallos y sus mezclas y todo lo que soñé que eran y jamás fue rodado. Tiene usted razón, amigo David, que el viaje de vuelta tiende a lo lamentable. Aunque no siempre.

Si mi padre viviera estoy seguro que se habría hecho amigo del suyo.

Bienbienybien! García

29 de julio de 2008, 13:17  
Anonymous Anónimo said...

Cojonuda entrada, David.
Hellboy Sloper

29 de julio de 2008, 13:34  
Blogger Bárbara said...

Su padre debe de sentirse orgulloso de usted.
La nostalgia es algo raro, te atrapa por las patas, como la miel a las moscas, con el encanto sin afeitar del eterno perdedor. Un dolor amaestrado que exhibimos no sin cierto orgullo. Me ha conmovido este post.

29 de julio de 2008, 16:09  
Blogger Hutch said...

Estoy de acuerdo, mostrar al monstruo en las películas de terror es un error, por eso me gusta tanto "La mujer pantera": la actriz, Simone Simon, ya tenía la suficiente cara felina como para poder echar a volar la imaginación sin demasiado esfuerzo.

Un saludo.

29 de julio de 2008, 16:23  
Blogger David Torres said...

Seguro que sí, García, como nosotros dos.

Gracias, Sloper.

Bárbara, el orgullo es recíproco, créame.

Gran película, Angelus. Sólo le falta Peter Cushing.

29 de julio de 2008, 20:18  
Anonymous Anónimo said...

Ay, qué putada ser tan joven.

A. Jodra

30 de julio de 2008, 2:25  
Anonymous Anónimo said...

Hermoso artículo, David. Te noto nostálgico, macho. El verano ejerce esa influencia sobre algunos. A mí me retrotrae a mi infancia y juventud en Menorca y, por supuesto, a muchas películas que, al volverlas a ver, me han dejado el estigma de la melancolía en el alma (La invasión de los ladrones de cuerpos, La dama del cuadro, El retrato de Jenny...) En aquel enorme y vidrioso ojo que era la telefunken de mis padres la vida se veía muy distinta a como ha sido. Creo que por eso algunos de esos "niños de tiza" aún soñamos con los lejanos mares del sur y la rubia princesa de la imposible isla de Thule.
Un abrazo, amigo.
Diego Prado.

30 de julio de 2008, 9:21  
Anonymous Anónimo said...

La nostalgia no dejará nunca de suponer una gran putada. Un sentimiento cuyo mayor y mejor alimento es la ausencia y remembranza de momentos que, en otro tiempo resultaron felices y que ya se marcharon; un sentimiento cuyo goce es mayor en tanto en cuanto más grandes y mejores fueron los tiempos que perdimos y ya se marcharon. Algo así no puede ser más que una cabronada surrealista, una broma macabra digna de un retorcido hijodeputa cósmico.

Y, sin embargo, uno, en ocasiones, no puede evitar disfrutar con la nostalgia. Ni quiere dejar de hacerlo. ¡Ah!, las contradicciones...

Abrazos,
Pedro de Paz

30 de julio de 2008, 9:22  
Anonymous Anónimo said...

La nostalgia no sirve para nada. Lo mejor es holgar con mozas placenteras y no tener memoria. Y se me ha olvidado lo que iba a decir. Es más, se me ha olvidado que hago aquí cuando tenía que estar en..., ¡coño, tampoco lo sé!

Simeacordasedelnombrelopondría

30 de julio de 2008, 18:28  
Blogger A. Cantó said...

"...descifrar palote a palote una inexpugnable piedra Rossetta".

Inexpugnable. Me encanta esa palabra. He conocido algunas chicas con sexos inexpugnables.

Y sí, creo que las cosas aguantan mejor el paso del tiempo en la memoria, mezcladas con los sentimientos que te produjeron en su momento. Los monstruos siguen siendo monstruos (no abejorros). A mi el primo "Lari" de una serie ochentera me hacía gracia de pequeño, ahora no aguanto un minuto viendo una reposición.

PD: Se dice "cocretas", no "croquetas"... ¿Y tú eres escritor? Jajaja.

30 de julio de 2008, 19:31  
Blogger Hutch said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

30 de julio de 2008, 21:19  
Blogger Hutch said...

¡Quién viviera en el país de los lotófagos para alimentarse sólo de loto y olvidar y olvidar y olvidar... como hicieron algunos de los acompañantes de Ulises!¡Vaya estado de placidez y serenidad!

¿La nostalgia tiene cura?

Tengo nostalgia de lo que aún no he vivido (creo que lo dijo alguien).

Saludos.

30 de julio de 2008, 21:21  
Blogger David Torres said...

Jodra, más bien será al revés.

Diego, se le echaba de menos por aquí.

Don Pedro, a mí la nostalgia me encanta... a veces.

Simeacordase..., tome rabos de pasas.

Cantó, lo suyo es más grave. No es que me guste recurrir al cementerio pero vea, vea lo que pasa por hablar:

croqueta.

(Del fr. croquette).


1. f. Porción de masa hecha con un picadillo de jamón, carne, pescado, huevo, etc., que, ligado con besamel, se reboza en huevo y pan rallado y se fríe en aceite abundante. Suele tener forma redonda u ovalada.

"Cocreta", en cambio, no sale. En respueta a su pregunta, sí soy escritor. Espero que Vd. no.

Angelus, ese sentimiento lo expreso a la perfección Borges en un poema titulado "Nostalgia del presente".

30 de julio de 2008, 21:48  
Anonymous Anónimo said...

Pues en mi casa siempre se han comido "crocretas". Ni croquetas ni cocretas.

Y si es por no discutir, me decanto (no "de cantó", no seamos pequijosos) por las empanadillas.

31 de julio de 2008, 3:06  
Anonymous Anónimo said...

La película se mantiene intacta David, pero claro, "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos."

O tal vez en realidad sí lo seamos, o eso queremos creer, y por eso nos rebuscamos a nosotros mismos en nuestros recuerdos, con la esperanza de encontrarnos. Lo que pasa es que a veces, va y aparece el Chavo del Ocho. Una jugada.

Al leer sobre tu padre me ha recordado a la bella dedicatoria de El mar en ruinas; sin duda tu padre inventó el mar.

Carlota

31 de julio de 2008, 3:13  
Blogger Nostromo said...

Para croquetas, unas que me zampaba yo en Japón, del tamaño de un puño de camionero, en un restaurante que decíase francés del barrio de Toranomón, en Tokio. Qué croquetas, pardiez, qué croquetas!!!

31 de julio de 2008, 3:55  
Anonymous Anónimo said...

Perdón, pero se dice COCRETA de toda la puta vida. Búscalo en el diccionario, leyendo las entradas en voz alta (como Zapatero) pero metiéndote una en la boca bien calentita que te cagas.

A ver qué dice el diccionario ahora.

En la huerta de mi abuela había un limonero que daba unos limones tan gordos que parecían membrillos y una higuera enorme y superpoblada de higos en verano y también una parra tupida que ofrecía una sombra deliciosa. Bajo ella, comimos la familia durante todos los veranos, justo al lado de un pilón centenario y de un pozo cuya agua era tan deliciosa que no tenía sabor. Allí, sobre una piedra enorme que nunca nadie movió del costado del gallinero, asábamos sardinas que comíamos con patatas sin pelar y alguna noche, incluso, vi arder azul la queimada mientras alguno de mis primos mayores, con voz profunda, leía el conjuro. Cuando nos volvíamos a Euskadi, siempre de madrugada, mi abuela ya estaba levantada trabajando en algo, sin esperar cambios, y nos decía adiós con una sonrisa resignada y con sus dedos sarmentosos, retorcidos por la artritis.

Pero mi abuela murió (morreu, dicen aquí)y en la huerta de mi abuela, pegado a la casa de mi abuela, ahora hay un puto edificio. Se ve desde la ventana de casa de mis padres y se siente como una enorme losa sobre el recuerdo de la infancia.

Mucho peor que la nostalgia es la codicia de aquellos que no la sienten.

Perdonen el rollo, pero es que justo ayer me asomé a esa ventana y me entraron ganas de llorar.

Javier

31 de julio de 2008, 7:25  
Blogger David Torres said...

Javier, te perdono la nostalgia pero no la paletada. En euskera no sé, pero en español se dice CRO-QUE-TA. QUÉ-CO-JO-NES.

Nostromo, en mi barrio había una vecina que en vez de croquetas (sí, croquetas) hacía CROQUETA, una sola, grande y bechamelada croqueta que se abría como el huevo de Alien.

Carlota, es que el disfraz de abejoro es para descojonarse.

Tío Zebulón, es una variante interesante. En mi casa también se comían crocretas. Pero decirse se dice croqueta, ¿si? A ver si vamos a tener que escribir ahora por transcripción fonética.

31 de julio de 2008, 7:46  
Anonymous Anónimo said...

En Euskera se dice KOKRETAK y en casa de mi abuela ahora han puesto un puto Outlet, una puta tienda de ropa.

Savino Harana Goiri, intelestuás

31 de julio de 2008, 10:19  
Anonymous Anónimo said...

Pues si era de descojonarse, tanto mejor. A mi me aterró de pequeña una película de la que recuerdo poco la verdad, y que al ver a los extrarrestres protagonistas de nuevo, que aparecían en una playa, no sé por qué razón, a los tíos se les veían los pantalones por debajo del disfraz de marcianos, ¡no es broma! ¡Buenísimo!
Carlota

31 de julio de 2008, 14:20  
Blogger A. Cantó said...

Así que al final resulta que se dice croqueta. Cómo son los de la RAE, siempre llevándome la contraria... Para celebrar que ya se decir cocreta, digo croqueta, ¡me voy a comer un malacatón!

31 de julio de 2008, 15:19  
Blogger Emmaskarada said...

Y yo que diria que te conozco de algo. Siempre lo he sospechado. Un dia de estos me acordare, esoy segura.

1 de agosto de 2008, 23:35  

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