l Tropezando con melones - Blog de David Torres: De la amistad

David Torres, escritor, guionista y columnista

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viernes, 20 de junio de 2008

De la amistad

Decía Montaigne en su clásico ensayo XXVIII (el más bello canto a la amistad que jamás se haya escrito) que él tenía la suerte de haber conocido al poeta Étienne de la Boétie y que, al lado de los cuatro años que pasó a su lado, antes de que la muerte se lo llevara, el resto de su existencia 'no es más que humo, no es más que noche oscura y tediosa'.

Yo, que no soy Montaigne ni por asomo, tengo la increíble suerte de haber tropezado con otro poeta inmenso, y todavía me pregunto qué habré hecho yo en esta vida o en la otra para merecer su amistad. Desde hace más de 15 años, Alvaro Muñoz Robledano y yo reímos juntos, lloramos juntos, bebemos juntos, fumamos juntos y nos contamos secretos que jamás son tales, porque, desde el día que lo conocí, tengo la sensación de que compartimos algo más grande que la vida.


Como dijo John Barth en La ópera flotante, una novela no tan famosa como debiera,: 'Si usted cree que esto tiene algo que ver la homosexualidad, pienso que es normal. Si usted cree que él o yo somos homosexuales, usted es un imbécil'. Ya Montaigne se ocupó de situar la amistad venérea en un escalón inferior, junto a la natural, la social y la hospitalaria. Vuelvo a citar al Señor de la Montaña: 'En la amistad de la que hablo, se mezclan y confunden una con otra (las almas) en unión tan universal que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo'.

Casi no pasa un día sin que nos hablemos y, cada vez que lo recuerdo, se me aparece ese momento cumbre de Qué verde era mi valle, cuando el cura pide voluntarios que se atrevan a bajar a la mina a rescatar a los pobres desgraciados del derrumbe. Nadie se atreve a dar un paso hasta que el gran luchador ciego se mueve hacia delante, buceando en las tinieblas, y dice:

-Yo voy. Son mi misma sangre.

No en vano, las primeras palabras que le escuché yo a Alvaro tuvieron que ver con el cine y con John Ford. El histórico encuentro tuvo lugar en Crisol, un establecimiento penitenciario de finales del siglo XX y comienzos del XXI que estaba ahí sólo para que él y yo nos encontráramos. Subía yo las escaleras del Crisol de Goya cuando vi a un tipo gordo (no tan gordo como ahora) y canoso (pero no tanto como ahora, que parece el negativo de Antoñete) discutiendo con alguien sobre las virtudes de diversos genios cinematográficos:

-El mejor director que jamás haya existido es John Huston -dijo.
-Te olvidas de John Ford -dije yo, de refilón.
-Hablamos de cine, no de religión.

Había saltado rápido como una cobra. Alvaro habla rápido, más rápido que nadie que yo conozca, pero escribe despacio, tan despacio que sus lectores a veces no se lo perdonamos. Quizá es que el verso de Alvaro, la frase de Alvaro, va creciendo con la sabia lentitud de la estalactita, la cadencia con que el mar acuna sus mareas. Siempre he pensado que, entre las grandes injusticias del mundo, no es la menor el hecho de que Alvaro no ocupe el lugar que merece en el mezquino mundillo de las letras. Cualquier suplemento literario o cualquier sección de cultura de cualquier periódico que lo fichara ganaría de inmediato quintales de belleza, inteligencia, brillo y profundidad.

Esto no tiene que ver sólo con la amistad, sino con la justicia. Sobre Niños de tiza se han escrito ya varias críticas, todas ellas elogiosas y algunas en grado sumo, pero nadie ha sabido penetrar en el secreto de sus páginas como lo ha hecho Alvaro en la reseña que va a publicar este verano en la revista Ariadna (http://www.ariadna-rc.com/). Transcribo este fragmento no sólo por lo que me toca, porque me emociona y porque quiero, sino también porque si hubiera sido capaz de expresarlo con tan pocas palabras, me habría ahorrado la novela:

Roberto Esteban, el antiguo boxeador degradado a matón, ex alcohólico, sordo salvo para una pieza de música que resuena en su cabeza como un réquiem que se demora inacabablemente, aquel personaje que recorrió la ciudad en la que vivía para descubrir que era un extraño en ella, regresa a su barrio, por el que han pasado los años que él nunca percibió. Su gran error, el nuestro, es pretender que nuestra infancia nos espere agazapada en los rincones. Nos ocurre siempre que vamos de visita a casa de nuestros padres, cuando nos asomamos a nuestro viejo cuarto creyendo que bastará con eso para que reaparezcan aquellos juegos. Sólo que la casa de Roberto Esteban es brutal, como lo es el confín de las ciudades, los barrios surgidos de la inmigración desde el campo, del desarrollismo chabacano e informe en el que tantas esperanzas se estrellaron sin que sus poseedores lo percibieran. La niñez de Roberto Esteban no es la mía, aunque ambas transcurriesen en el mismo lapso temporal, la tan gloriosa transición que nuestros hermanos mayores cumplieron con inimaginable ejemplaridad. En mi niñez había miedo, a los vampiros, a los muertos vivientes, a los ruidos nocturnos, a dormir solo, a lo que escuchaba de las conversaciones de los mayores, asustados por una debacle que se produciría, irremediablemente, a la semana siguiente, y así semana tras semana. También había mimos, el último Madelman, vacaciones en la costa de Alicante, y papá y mamá que me protegían de los matoncillos (no llegaban a más) del barrio. En la de Esteban no, no quedaba un hueco para el consuelo porque no había sitio para el miedo, porque en las peleas de los descampados no salvaba la campana, ni un árbitro vigilaba la limpieza de los golpes, porque en los confines de la ciudad, durante aquella niñez y hoy en día, el que llora recibe más. Ya dije en una ocasión, y repito aquí con más motivo, que lo que distingue a David Torres es su brutal instinto para lo humano. El vigor con el que consigue alzar a sus personajes de las palabras que los forman va más allá del mero estilo; parece increíble que un tipo con tanta literatura a las espaldas como David, metido en una novela que se circunscribe a las normas del género negro, tanto que la hemos visto mencionada en casi todos los foros especializados, lo que me resulta injusto por reductor, sea capaz de no desperdiciar una sola línea en tópicos, en reacciones esperadas, en respuestas de telefilm. Los niños de tiza van surgiendo a borbotones, inconteniblemente, socavando la seguridad de nuestro pasado, de nuestro buen hacer entonces y ahora, de este presente que creemos merecernos. No hay fantasmas de la niñez. Están en los barrios que nos rodean. David Torres ha colocado a Roberto Esteban ante los suyos. Su niñez no fue un espejo deformante, sino el primero de los muchos puñetazos que le esperaban.

Quizás podamos esperar aún algo de la novela; suelo ser pesimista al respecto, pero David Torres ocupa su rincón dispuesto a fajarse para que su género, porque es más suyo a cada página, resista un poco más antes de arrojar definitivamente la toalla.

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15 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ya sabe usted, señor Torres, que me declaro indigno de las palabras que me ha dedicado. No soy mal tipo, supongo, pero lo que de extraordinario pueda mostrar mi persona se lo debo a usted, a mi mujer y a pocos más, los que me han acompañado y me han hecho sentir que no está tan mal quedarse un poco más por estos pagos.
Gracias por sus palabras y por su amistad.
Fdo: anónimo, pero que muy anónimo.
P.S. Tampoco estoy tan gordo.

20 de junio de 2008, 19:45  
Blogger Loren said...

Es verdad, la reseña es muy buena, da en el clavo con precisión.

Un abrazo.

20 de junio de 2008, 19:50  
Blogger Nostromo said...

Buen David, finalmente me llegó a Montevideo la caja de libros que me auto-envié desde España para no pagar sobrepeso en el aeropuerto. Ahí estaba tu "Niños de tiza" que me dedicaste hace unas semanas, antes de volver a estas costas australes. Ayer, casi me lo devoré de una tumbada (ando enfermillo por este infame clima de lluvia, viento y exilio) y, ciertamente, no puedo sino aprobar con entusiasmo las líneas que te dedica Alvaro.
Con él coincidí en alguna ocasión en tu casa y, vive Dios, que es un gran intelectual, pero aún mejor persona. Como poeta le escuché declamar alguno de sus versos y coincidí con él en la admiración por el inefable Saint John Perse.

De gente como vosotros (sobre todo tras leer "Niños de tiza") puedo clamar aquello que este poeta dijo al concluir el discurso con el que recibió el premio Nobel:
"Y ya es bastante para el poeta ser la mala conciencia de su tiempo".

Un abrazo
Nostromo

20 de junio de 2008, 20:13  
Anonymous Anónimo said...

Si.

dodot.

20 de junio de 2008, 20:21  
Anonymous Anónimo said...

¡Que bonito!

Os tengo a los dos en la revista, pagina 5 y página 7, pero ahora me asalta la duda... ¿A cuál de los dos pongo delante?¿Cómo lo hacéis habitualmente?

Suscribo todo lo que decís salvo lo de gordo, porque lo que le pasa a Álvaro es que está cerca.

Abrazos a los dos

Juancho Mofobo, director de la revista "Imbécil"

20 de junio de 2008, 22:48  
Anonymous Anónimo said...

Estimado Juancho Mófobo:
Me alegro de que por fin haya llegado a la dirección de la revista "Imbécil". Desde luego, pocos hay tan aptos como usted para detentar tal cargo.

21 de junio de 2008, 9:08  
Blogger David Torres said...

Ya lo sé, muy anónimo. Un abrazo.

Nostromo, recuerdo aquella noche: Saint John Perse, Lezama Lima y vodka polaco.

Juancho, me imagino que Vd. también dirige el suplemento "Cobarde e Idiota", del griego "uno mismo".

21 de junio de 2008, 11:31  
Anonymous Anónimo said...

Sería como el tema de la gallina y el huevo porque si tú te hubieses ahorrado el libro, él no hubiese escrito la reseña, y para los que no escribimos sino que leemos, nos hubiésemos quedado sin las dos, mal saldo.
Aprovechando la vuelta sobre Niños de tiza, copio aquí un link de algo que leí hace ya unos días. Fue a raíz de un comentario tuyo David sobre Irving de quien no sabía nada, y miré a ver qué salía.
Hay una parte del texto que habla de qué es para él el corazón de la novela, de la pervivencia de los personajes y del lugar posterior de las intrigas. Me gustó mucho porque me pareció una gran verdad pensando en tus libros que era lo que yo venía de leer, de Roberto Esteban y demás niños de tiza en particular. Luego, en la presentación del otro día, tu otro amigo poeta justo hizo un comentario muy similar que me recordó a esto, y que por eso cuelgo aquí (si averiguo cómo)
http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/2006/05/john-irving-y-la-improbabilidad.html

Cambiando de tercio contarte que Elisa y Nacho han quedado el martes que viene a tomar algo, a lo que también me apuntaré yo y a lo que bien te podías apuntar tú. Ya me dirás qué te parece.
Carlota

21 de junio de 2008, 14:09  
Anonymous Anónimo said...

Pero ese gran poeta, crítico y pensador llamado Muñoz Robledano ha alcanzado una de las mayores glorias posibles: ganar el Premio Cafè Món con "Salvoconductos".
Singsing.

21 de junio de 2008, 15:08  
Anonymous Anónimo said...

No tengo el placer de conocer al señor Muñoz Robledano en persona pero, por las fotos y por lo que usted cuenta, tiene aspecto de buena gente. En cualquier caso, lo sea o no, cuídelo. Un amigo es un bien muy poco frecuente en estos tiempos que corren. Por desgracia, bastante menos frecuente que un enemigo.

Abrazos,
Pedro de Paz

22 de junio de 2008, 0:38  
Anonymous Anónimo said...

"Los amigos son como los melones: hay que probar cincuenta para hallar uno bueno"
Claude Hermet

22 de junio de 2008, 3:39  
Blogger David Torres said...

Carlota, gracias por el enlace sobre Irving. Para mí, es uno de los grandes. El martes no podré quedar, esta semana la tengo muy liada. Besos.

Sinsing, no me sea celoso. Ciertamente es un gran libro y un pequeño y casi desconocido premio, pero si en su segunda edición redescubrió a Alvaro, en la primera hizo lo propio con Agustín Fernández-Mallo en su época pre-nocillera.

Don Pedro, gracias. Sí, es muy buena gente. He tardado muchos años en descubrir que Platón tenía razón y que la inteligencia y la bondad suelen ir unidas, mientras que la maldad y la estupidez casi siempre son lo mismo.

Buena cita, tio Zebulon. Podría ser el lema de mi melonar.

22 de junio de 2008, 10:02  
Anonymous Anónimo said...

JAJAJAJAJAJAJAJJAA

¡Qué agresividad!

La revista se llama "Cobarde pecador", no "Cobarde idiota", y no tiene nada que ver con Onán, si no con el pecado de pensamiento y omisión.

Juancho (vuestro amigo Juancho, joer, Juancho).

23 de junio de 2008, 7:55  
Anonymous Anónimo said...

Bueno, qué pena, en otra ocasión entonces, porque como decía la conocida frase lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. (La genialidad española es que no tiene igual) Carlota

24 de junio de 2008, 11:57  
Anonymous Anónimo said...

La amistad es algo que no tiene comparacion, tendriamos que festejar el dia 20 de julio el dia del amigo, como en otros paises.

Saludos,


www.amigoxamigo.com

1 de julio de 2008, 16:39  

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