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martes, 27 de mayo de 2008

Donde las calles no tienen nombre

De la conjunción entre el recuerdo de una gloriosa canción de U2 y la maestría de Stalin como precursor absoluto del photoshop, me brotó este artículo, un tanto espeso, sobre la amnesia voluntaria. No hay nada malo en querer olvidar un período ominoso de nuestra historia reciente, salvo el hecho de que el olvido forzoso siempre implica traumáticas desfiguraciones y correcciones a toro pasado. Si algo hemos aprendido del psicoanálisis es que no se puede olvidar nada sin haberlo asumido primero. Pocas cosas me revientan tanto como el hecho de que, por ejemplo, atribuyan al otro bando la matanza de Casas Viejas o de que cuenten la Guerra Civil como una película de buenos muy buenos y malos muy malos (una película de Ken Loach, ese Rambo de izquierdas, vamos). La Historia con mayúsculas siempre suele ser algo más complejo que un simple conflicto maniqueo y quienes hacen chistes con las chekas o con el gulag, se librarían muy mucho de ensayar uno con el Valle de los Caídos, Treblinka o la Gestapo.




JABÓN ONOMÁSTICO

Si quienes ponen tanto empeño en cambiar el nombre de las calles, pusieran la mitad de esfuerzo en barrerlas, Palma brillaría como los chorros del oro. Esta obsesión por la limpieza onomástica recuerda el miedo de los judíos conversos por esterilizar sus apellidos para no dejar el menor rastro de ADN hebraico. Alguno quizá se piense que, a fuerza de suprimir los símbolos y trazos del franquismo, también podemos eliminar el pasado. Ese vudú gramatical, aparte de caro para el bolsillo del contribuyente, puede ser contraproducente. Zapatero aún se despierta cada mañana pensando que puede ganar la Guerra Civil con 70 años de retraso.

La molestia de esas calles con nombres y apellidos reconocibles al primer golpe de vista es que nos recuerdan las cuatro décadas que tuvimos a aquel caudillo enano subido a la chepa. Mucha gente presume todavía de haber corrido delante de los grises en los tiempos de la transición, pero (aparte de la rápida comprobación matemática de que, si echamos cuentas, la mayoría de ellos aún no habían hecho la primera comunión) la simple y pura verdad es que Franco murió tranquilamente en su cama, desmintiendo con un póstumo corte de mangas toda aquella heroica parafernalia. Se murió de viejo, de tedio, de asco. Nuestra libertad no fue fruto de un triunfo de la política sino una derrota de la medicina, a Dios gracias.

Las calles no deberían tener nombre. De hecho, la inmensa mayoría de nuestras calles no lo tienen. Es decir, están dedicadas a militares casi anónimos, a próceres de la patria que fueron famosos en su momento pero que ahora apenas si ocupan un renglón en las enciclopedias. Hay gente que pide que rebauticen todas las calles con nombres de demócratas y de luchadores por la libertad, pero entonces Palma se nos iba a quedar en nada o en casi nada, transformada en uno de esos pueblos con gasolinera en una carretera de dos direcciones. Para rellenar el callejero, habría que echar mano de cantantes, de futbolistas, de Paquirrín, del Chikilicuatre y del Gran Wyoming.

Mi amigo Abraham García me contó que cuando viajó a Albania se quedó desconcertado porque allí las calles, como en la famosa canción de U2, no tienen nombre, ni siquiera número como en Nueva York. Las avenidas se bautizan arbitrariamente, dependiendo del famoso de turno o la actriz que viva en ese momento en ellas. En vez de callejero, los taxistas de Tirana llevan en el salpicadero una guía de televisión. No sé si esto fue un empeño personal de Enver Hoxha, aquel comunista carnicero (perdón por el pleonasmo) que, como todos los tiranos desde que el mundo es mundo, se han empeñado en borrar todos los símbolos del pasado anteriores a su llegada al poder. Stalin no se conformaba con matar a sus adversario políticos: después los borraba de las fotos.

Pero el pasado es cansino y obcecado, se empeña en perdurar, aun por debajo del jabón onomástico.


(Publicado originalmente en El Mundo-El Dia de Baleares, el lunes 26 de mayo de 2008)

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12 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Una columna de opinión de un periódico no es lo mismo que un post en un blog.
Me fascina este espacio pero cuando tropiexo con posts como el de hoy, preferiría que lo hubiera dejado en blanco.
Gracias (por los otros días) y un saludo.

27 de mayo de 2008, 14:31  
Anonymous Anónimo said...

¿En blanco? ¿Por qué?

A mí me gusta mucho leer artículos con los que estoy de acuerdo, porque me reafirma (como es el caso), pero me encanta leer a, por ejemplo, Manuel Rivas en El País, con el que nunca estoy de acuerdo, aparte de que Rivas dista mucho de la idea que yo tengo de intelectual formado y coherente.

¿Cómo puedo saber que tengo ideas propias, concebidas y maduradas por mí, y no aprendidas como salmodias en una madraza progresista, si no me entero de lo que piensan aquellos que no comulgan con mis ruedas de molino?

Muy bien, David. El pleonasmo es totalmente acertado.

Javier

27 de mayo de 2008, 14:45  
Anonymous Anónimo said...

De lo que se trata fundamentalmente es de vincularse con un pasado democrático e idílico llamado Segunda República para esconder que durante 40 años no hicieron absolutamente nada contra el Franquismo, es más, cuando la dictadura murió de vieja, pactaron una transición con el jefe del movimiento nacional, con las cortes franquistas y con un jefe de Estado elegido a dedo por Franco. Quitar estatuas y renombrar calles son acciones que permiten quedar bien sin cambiar absolutamente nada. Nada estructural, quiero decir.
El pleonasmo excesivo, quizás fuese acertado añadiendo un "dictador".

27 de mayo de 2008, 14:59  
Blogger U.B said...

A mí al leer algo, me da igual que esté de acuerdo o no con mis ideas, con que me guste la forma me basta. Antes que opinadora, una es esteta, qué se le va a hacer.

En cuanto a lo de las calles, pude comprobar hace unos meses que en Illescas, el cartel donde ponía "Calle Real" convivía al lado de otro que ponía "Calle del Generalísimo Franco". Cosas de la España profunda...

27 de mayo de 2008, 17:42  
Anonymous Anónimo said...

La cosa es si Franco se merece o no una calle, que se supone que es un homenaje que se hace a un personaje importante. Yo creo que no se la merece, aunque es una discusión un poco tonta. Me parece bien que las calles vuelvan a llamarse con su nombre anterior a la dictadura. Y las estatuas del dictador, con que se ponga el rótulo adecuado... Francisco Franco, dictador... ¿No? ¿O vamos a cargarnos todas las estatuas de los Austrias y los Borbones absolutistas?

Ahora que si le van a quitar la calle a José Antonio para dársela a la Pasionaria (como en mi pueblo)o al Che Guevara o cualquiera de estos elementos, que no sé por qué han pasado a la historia como partidarios de la libertad, cuando hoy sabemos que preconizaban la más terrible y sangrienta de las esclavitudes, el despotismo más cruel y los dictadores más veleidosos y carniceros de mierda, pues no avanzamos mucho, ¿no?

Además, está la profunda incultura de los politicastros. ¡Pues no querían cargarse el Miliario del Caudillo, en Burgos, por aquello de que al Caudillo había que borrarlo del mapa! ¡Señores! MILIARIO es como centenario, pero con un cero más, se refiere a los mil años del caudillo Fernán González de Castilla. Por otro lado, como ninguno tiene ni puta idea de quién fue Charles Maurras, ahí tenemos en Madrid, cerca de plaza de Castilla, una calle dedicada a Carlos Maurras... ¿Quién fue Carlos Maurras que merece una calle en Madrid?

FDO: Carlos Maurras, hijo.

27 de mayo de 2008, 19:24  
Blogger Luis Amézaga said...

Los GPS son unos fascistas, te indican la avenida del general de turno en vez de negarse por principio constitucional en segunda transición.

27 de mayo de 2008, 19:26  
Blogger David Torres said...

Anónimo, lo siento. Ignoraba por completo las leyes del blog. Creía que era un espacio para la libertad. Qué cosas.

Javier, es que tus ruedas de molino no son las mías, macho.

Anónimo 3, totalmente de acuerdo. Lo siento, pero no conozco ningún dirigente comunista (Lenin, Stalin, Mao, Castro, Hoxha, Dimitrov, Ceacescu, Pol Pot) que no sea un asesino de masas.

Ub, yo nunca he podido distinguir el fondo de la forma. Será que soy un antiguo.

Maurras, yo tampoco tenía ni idea de quién era ese pájaro y ahí está la calle para un colaboracionista y chivato de mierda. En fin.

Luis, que no sé ni conducir, imagínese el GPS, para mí eso suena como volver a hacer la mili.

27 de mayo de 2008, 19:44  
Anonymous Anónimo said...

Estoy de acuerdo con anónimo 1: una columna de opinión es para opinar lo que el lector quiere que se opine, y un blog es pa´presumir de friki, así que menos chuflas sobre la deformación de la historia y más hablar de pelis de vampiros malayas. Coño, que parece que quieren que pensemos.
Fdo: George A. Tomillo, exterminador de zombis a la espera de su momento.

28 de mayo de 2008, 10:31  
Anonymous Anónimo said...

Pues yo estoy en contra de la opinión de anónimo 1. ¿Cómo que no es lo mismo? ¿Qué es lo importante en este caso? ¿El formato o el contenido? No se dispone -o no sería honesto hacerlo- de opiniones de primera y de segunda, de mañana y tarde, de diario y de vestir, de artículo y de blog... las opiniones son las que son y se vierten en la tribuna en la que uno se encuentra. Y cualquier tema es susceptible de levantar una opinión y ser expresada en cualquier ámbito.

No termino de comprender porque deben regirse por patrones diferentes un artículo de opinión en prensa escrita y un post de un blog cuando sus similitudes en contenido y formato son más que evidentes.

Abrazos,
Pedro de Paz

28 de mayo de 2008, 11:01  
Blogger David Torres said...

George A. Tomillo... Joder, yo es que me parto. Es tan sutil que a más de uno se le escapará. Alvaro, tendrían que nominarte a ti para nombrar todas las calles y plazas de España. Lo que nos íbamos a reir, coño.

Don Pedro, es tan evidente que no merece la pena discutir.

28 de mayo de 2008, 16:04  
Anonymous Anónimo said...

No entiendo cómo me has reconocido, si hasta me he puesto un antifaz para escribir el comentario...
Álvaro

28 de mayo de 2008, 17:13  
Blogger Nostromo said...

En Seúl, buen David, las calles tampoco tienen nombre. Pero huelen a col fermentada y ajo, y los rótulos luminosos hablan de secretos prohibidos para occidentales, con lo cual daría lo mismo si se llamaran de una u otra forma. En Corea, ya sabes, las calles no merecen nombres y quienes las pasean comparten media docena de apellidos, no más. En países así la identidad se diluye y emerge la esencia de las cosas. Allí, amigo mío, es posible descansar de todo.
Un abrazo

Nostromo

4 de junio de 2008, 2:29  

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