Leonard Mlodinow: El arco iris de Feynman
Sin embargo, aparte del fulgor de las teorías científicas, este libro es una lectura deliciosa, una evocación de la juventud perdida, cuando el autor aún andaba dando palos de ciego en busca de un camino que lo sacara de una temible parálisis intelectual. El Feynman que se encontró en el Caltech era un hombre condenado por el cáncer, un genio enfermo y extravagante que sin embargo aún disponía de tiempo no sólo para trabajar en los misterios más profundos de su disciplina sino también para perderlo con unos cuantos alumnos. La imaginación, la maravilla, la despreocupación y la alegría eran parte del arsenal con el que Feynman se enfrentaba a un problema irresoluble. Así consiguió descubrir la causa, aparentemente banal, de la explosión del Challenger, y con esa misma actitud de juego total se dedicó, décadas antes, al difícil arte de tocar los bongos.

En el libro Feynman funciona como una línea de margen, uno de esos personajes secundarios que de cuando en cuando aparecen para conducir la historia hasta su estuario. Mlodinow descubre un día, en un examen médico, que puede padecer cáncer de testículos y los médicos le dicen que la muerte está a la vuelta de la esquina, pero la simetría -esa extraña magia del universo físico- lo salvará. Todos se ríen cuando decide ponerse a trabajar en un guión cinematográfico con ribetes de fantasía científica. Es toda una ironía (o quizá no, quizá sea tan sólo un dobladillo del orden secreto que rige el mundo) que Mlodinow, uno de los primeros en postular la teoría de las dimensiones infinitas, acabara trabajando en Hollywood para la serie Star Trek.
A la postre, fue Feynman quien lo ayudó a encontrar su propio camino y lo hizo a la manera de un maestro zen, a fuerza de rasgar velos, de darle coscorrones y mostrarle lo estúpido que puede ser a veces el exceso de inteligencia. Una tarde, el viejo maestro le contó una parábola acerca de un mono que logró acercar unos plátanos hasta su jaula gracias al manejo de un palo. Luego le preguntó qué conclusión sacaba de aquella historia. Mlodinow ensayó respuestas brillantes, comparó al mono con Galileo por su capacidad de dar nuevos usos a viejas herramientas. Feynman se rió en su cara: 'Lo que yo aprendería de tu historia es que si un mono puede hacer un descubrimiento, tú también puedes'.
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4 Comments:
Es que el viejo Feynman era mucho Feynman. Sr. Torres me ha gustado mucho este melón que me he encontrado aquí, abierto y preparado para extraer de él simetrías rotas.
Agustín
Una cita del Mr. Feynman que tiene su miga:
A filosofer said once It is necessary for the very existence of science that the same conditions always produce same results. Well, they dont!
Richard Feynman
Y es que a veces pensamos que la Ciencia es lo que pensamos sobre la Ciencia y por lo que se vé es inquietatemente diferente.
Gracias, Agustín. Lástima que no podamos vernos con Palma. Es lo malo de ser escritores cuánticos: si se sabe nuestra velocidad no se sabe nuestra posición y viceversa.
Don Tito, cuánta razón lleva. A mí las mismas condiciones siempre me dan distintos resultados y tengo de científico lo mismo que de obispo.
Su contumacia roza el delirio, señor Torres. ¿Por qué nos castiga de nuevo con una mención al tal Álvaro Muñoz, que dios confunda, si es que dios lo conoce? Lo suyo no pertenece ya al campo de estudio de la cuántica, sino al de la física de los procesos irreversibles. Sea un poco moderno, por favor...
Fdo: Richard Feynman, en directo desde la ouija.
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