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sábado, 17 de mayo de 2008

Leonard Mlodinow: El arco iris de Feynman

Este libro es el recuerdo emocionado de un genio: Richard Feynman. Mlodinow lo conoció en una auténtica escuela de genios, el Caltech, donde Feynman compartía despacho junto a otro de los gigantes de la Física actual, Murray Gell-Mann. Mis conocimientos de la disciplina no van más allá de unos cuantos parámetros elementales, los que he aprendido en unas cuantas lecturas dispersas y unas pocas y jugosas conversaciones con dos poetas extraordinarios que se han servido de la ciencia para hacer avanzar su escritura más allá de los cauces tradicionales: Agustín Fernández Mallo y Álvaro Muñoz Robledano. En el primero, la huella de la física cuántica o de la matemática del caos aparece por todos lados, en poemas y novelas; en el segundo se trata apenas de una insinuación, un perfume, una pisada que, sin embargo, impregna todo el esqueleto de su obra. Basta decir que los dos son grandes escritores y grandes amigos míos. Fue Álvaro quien me regaló el libro de Mlodinow.

Sin embargo, aparte del fulgor de las teorías científicas, este libro es una lectura deliciosa, una evocación de la juventud perdida, cuando el autor aún andaba dando palos de ciego en busca de un camino que lo sacara de una temible parálisis intelectual. El Feynman que se encontró en el Caltech era un hombre condenado por el cáncer, un genio enfermo y extravagante que sin embargo aún disponía de tiempo no sólo para trabajar en los misterios más profundos de su disciplina sino también para perderlo con unos cuantos alumnos. La imaginación, la maravilla, la despreocupación y la alegría eran parte del arsenal con el que Feynman se enfrentaba a un problema irresoluble. Así consiguió descubrir la causa, aparentemente banal, de la explosión del Challenger, y con esa misma actitud de juego total se dedicó, décadas antes, al difícil arte de tocar los bongos.




En el libro Feynman funciona como una línea de margen, uno de esos personajes secundarios que de cuando en cuando aparecen para conducir la historia hasta su estuario. Mlodinow descubre un día, en un examen médico, que puede padecer cáncer de testículos y los médicos le dicen que la muerte está a la vuelta de la esquina, pero la simetría -esa extraña magia del universo físico- lo salvará. Todos se ríen cuando decide ponerse a trabajar en un guión cinematográfico con ribetes de fantasía científica. Es toda una ironía (o quizá no, quizá sea tan sólo un dobladillo del orden secreto que rige el mundo) que Mlodinow, uno de los primeros en postular la teoría de las dimensiones infinitas, acabara trabajando en Hollywood para la serie Star Trek.

A la postre, fue Feynman quien lo ayudó a encontrar su propio camino y lo hizo a la manera de un maestro zen, a fuerza de rasgar velos, de darle coscorrones y mostrarle lo estúpido que puede ser a veces el exceso de inteligencia. Una tarde, el viejo maestro le contó una parábola acerca de un mono que logró acercar unos plátanos hasta su jaula gracias al manejo de un palo. Luego le preguntó qué conclusión sacaba de aquella historia. Mlodinow ensayó respuestas brillantes, comparó al mono con Galileo por su capacidad de dar nuevos usos a viejas herramientas. Feynman se rió en su cara: 'Lo que yo aprendería de tu historia es que si un mono puede hacer un descubrimiento, tú también puedes'.

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4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es que el viejo Feynman era mucho Feynman. Sr. Torres me ha gustado mucho este melón que me he encontrado aquí, abierto y preparado para extraer de él simetrías rotas.

Agustín

18 de mayo de 2008, 18:54  
Anonymous Anónimo said...

Una cita del Mr. Feynman que tiene su miga:

A filosofer said once It is necessary for the very existence of science that the same conditions always produce same results. Well, they dont!
Richard Feynman

Y es que a veces pensamos que la Ciencia es lo que pensamos sobre la Ciencia y por lo que se vé es inquietatemente diferente.

19 de mayo de 2008, 11:53  
Blogger David Torres said...

Gracias, Agustín. Lástima que no podamos vernos con Palma. Es lo malo de ser escritores cuánticos: si se sabe nuestra velocidad no se sabe nuestra posición y viceversa.

Don Tito, cuánta razón lleva. A mí las mismas condiciones siempre me dan distintos resultados y tengo de científico lo mismo que de obispo.

19 de mayo de 2008, 17:05  
Anonymous Anónimo said...

Su contumacia roza el delirio, señor Torres. ¿Por qué nos castiga de nuevo con una mención al tal Álvaro Muñoz, que dios confunda, si es que dios lo conoce? Lo suyo no pertenece ya al campo de estudio de la cuántica, sino al de la física de los procesos irreversibles. Sea un poco moderno, por favor...
Fdo: Richard Feynman, en directo desde la ouija.

21 de mayo de 2008, 9:55  

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