l Tropezando con melones - Blog de David Torres: Niños de tiza

David Torres, escritor, guionista y columnista

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jueves, 24 de abril de 2008

Niños de tiza

En mis novelas rara vez recurro a los recuerdos personales y si lo hago siempre llevo puestas varias máscaras. NIÑOS DE TIZA no es una excepción pero esconde en su interior, bajo el ropaje de una novela negra, muchos fragmentos de mi propia infancia. Salvo escasas excepciones, no soporto el género autobiográfico porque suele destilar un tufillo de suficiencia y engreímiento casi siempre disfrazado de humildad, que es la peor forma de suficiencia. Lo que más me interesaba en la escenografía de este libro era recuperar toda esa vida de barrio de los que crecimos a los finales de los 70, de quienes no tenemos recuerdo más verdadero de la muerte de Franco que tres días de vacaciones en el colegio. Para mí que todavía duran.



Los juegos callejeros, las chapas, la lima, la peonza, los canarios en jaulas, los polos caseros forman una arqueología de recuerdos perdidos para siempre. Entre las cosas que tal vez alguno de vosotros recuerde con esa mezcla de ternura y lástima que provocan los monstruos extinguidos y los juguetes exiliados, estaban los pollitos de colores. Helos aquí:

Pedrín es el amigo más antiguo del que guardo memoria. Fuimos juntos hasta séptimo de EGB, cuando su familia se cambió de barrio, y los dos vivimos esa separación como si fuese una agonía, una auténtica catástrofe. No he tenido, y probablemente no vuelva a tener jamás, una relación más íntima con nadie. Cuando no había colegio, quedábamos a las nueve en la calle y pasábamos juntos todo el santo día, jugando a las chapas, las canicas, la peonza o el bote, según tocase, y sólo nos interrumpía el bramido de nuestras madres a la hora de la comida, la merienda y la cena. Por lo general nos llevábamos una buena tunda de palos al volver a casa al anochecer, rendidos y felices, como amantes que no pueden ocultar su pasión: la ropa sucia, las manos desolladas, las uñas festoneadas de tierra, las rodillas cuajadas de costras y arañazos. Cuando uno de los dos tenía que ir al retrete, se aguantaba hasta que no podía más y entonces decía, apretando las piernas: 'Voy a cagar, macho'. Y el otro decía: 'Vale, yo también'. No podíamos perder ni un segundo de estar juntos.

Al lado de esa camaradería total y fastuosa, las demás relaciones de la vida -novias, amigos, esposas, familiares- resultan meras formalidades, trámites con los que pasar el rato. En la niñez el tiempo no existía: las mañanas eran infinitas y el sol rodaba por las tardes con la cadencia de una pelota. Quién iba a imaginar que, cuando nuestros caminos se separasen por culpa del puto empleo de su padre, no volveríamos a vernos hasta muchos años después, en una cola del paro, y ni siquiera acertáramos a saludarnos. Tal vez no tuvimos cojones o tal vez ambos sabíamos que todo lo vivido juntos no podía resarcirse con dos frases de compromiso y una palmada en la espalda.

Una tarde Pedrín logró convencer a su madre para que le comprara un pollito de colores. Los habíamos visto un día dentro de una caja de cartón, amontonados unos encima de otros, pintados de verde, rosa y azul, y ya no quisimos otra cosa. Mi madre me dijo que ni hablar, que aquello era una crueldad, que los sumergían en colorante nada más salir del cascarón y muchos morían o se quedaban ciegos. Después del primer remojón, la supervivencia del pollito dependía de su habilidad para alzarse sobre las cabezas de sus congéneres, chillando entre estrujones y apretones, hasta que el capricho de algún niño los rescataba del martirio. El vejete que los vendía -abrigo gris raído, bufanda anaranjada, boina- permanecía horas de pie en la acera, vigilando la caja de cartón, soplándose de vez en cuando las manos heladas y sumergiéndolas en el vocinglero y bullente plumaje, buscando el calor de los recién nacidos entre las manchas de mierda. Muchos pollos morían dentro de la caja, de hambre, de frío, picoteados o aplastados por las patas de sus compañeros, y más de una vez, ante el estupor del crío que apretaba un duro entre sus dedos, el viejo sacaba un cadáver rígido en lugar de una bola viva de plumas.

-Éste se ha dormido -decía, guardándose el despojo en el bolsillo del abrigo-. Espera, que te doy otro.

Pedrín eligió un pollito rosa que no paraba de temblar y que entrecerraba los ojos como si también fuera a dormirse para siempre. Lo alimentó con pan mojado en leche y lo guardó en una caja de zapatos que colocó al lado de la estufa. Tuvimos suerte y el bicho logró salir adelante; la mayoría de los pollitos apenas duraban unos días, casi todos acababan asfixiados por alguna reacción alérgica a la puñetera pintura.


-Habrá que buscarle un nombre -dije yo, mirando al pollo rosa que iba y venía, piando y cagándose por los cuatro rincones.

-Ya lo tiene -dijo Pedrín-. Se llama Pollo.

Poco antes de Navidades, Pollo perdió su plumón y cambió su bonito colorido rosa por una envoltura amarilla común y corriente. Pensábamos que alguien nos había dado el cambiazo y andábamos por ahí con un mosqueo tremendo. No sirvió de nada que mi padre nos explicara el proceso: los niños no pueden admitir que se esfume un arco iris. Después, cuando creció, Pollo fue perdiendo la poca gracia que le quedaba hasta transformarse en un vulgar proyecto de gallina doméstica. Lo que antaño había sido un pequeño milagro ahora apenas cabía en la caja de zapatos, se hacía difícil llevarlo de un lado a otro y ninguno de los dos quería limpiar las cagadas que iba depositando a su paso. El día en que dejamos de llamarlo por su nombre, pasó a engrosar las filas de los pollos anónimos, los pollos con minúscula que atiborran las granjas y aguardan desplumados tras un mostrador de cristal. Su familia estaba hasta los cojones. El pollo iba y venía por la casa con sus andares de cine mudo, siempre detrás de Pedrín, pero ya no le hacíamos ningún caso. Era sólo un estorbo, un juguete pasado de moda. Un día su madre le retorció el pescuezo y lo sirvió en pepitoria sin decirle nada a su hijo.

-Qué bueno está esto, mamá -comentó mi amigo, mojando pan en la salsa.

-¿Te gusta? -preguntó el bestia de su padre-. ¡Pues es tu puto pollo!

La madre le dio un codazo al padre, que se reía a carcajadas. Pedrín se echó a llorar y durante unos segundos estuvo a punto de vomitar la comida, pero luego me confesó que se acabó todo el plato.

-Qué bueno estaba, macho.

Básicamente, la infancia es un pollito de colores. El chavalín rollizo y gracioso que desemboca en un adolescente gordinflas y un par de gafas de culo de vaso; la guapa nena con trenzas que se resuelve en una niñata histérica con la cara picoteada de granos. El timo del pollito se va repitiendo a todo lo largo de la vida. Más tarde o más temprano uno termina por comprender que la existencia puede resumirse en una larga y enrevesada sucesión de estafas, que no ha hecho otra cosa más que acumular pollitos de colores: un matrimonio fallido; una novia muy guapa que resulta un pendón; un trabajo cojonudo que a los tres meses se convierte en una condena a galeras; un cinturón de campeón de Europa de los medios que acaba colgado en una pared del salón, junto a aquel diploma de tercero con el que mi padre daba el coñazo a las visitas. Al final lo único que queda de cualquier milagro es un jodido pollo amarillento que se va cagando por todas las habitaciones, un pajarraco ridículo que ni siquiera sabe volar y que sólo sirve para la cazuela.

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27 Comments:

Blogger Nostromo said...

Buen David. Yo también tuve un pollo en esas tiernas edades, pero vivió una suerte más honorable que aquél del que cuenta.
A éste le puse de nombre Garibaldi y tuvo tiempo de crecer hasta convertirse en un joven gallo. Me seguía a todas partes, paseaba con él por la calle como si fuera un perro y le enseñe a pelear para defenderse, poniéndole de sparring una zapatilla vieja de andar por casa. Esta fue, a la larga, su perdición. Ya crecido el joven Garibaldi, mi madre decidió que no era pertinente tener toda una terraza para el dichoso animalejo, que,además,tenía martirizadas sus pantorrillas, pues los pollos, al contrario que las personas, sí guardan fidelidad absoluta.
Pues bien, lo regalaron a una pariente de un pueblo de Segovia y ésta, al ver el aspecto aguerrido del sin par Garibaldi, decidió emplearlo de semental para sus gallinas. Por desgracia, Gari no cambio el arte de la guerra por el amatorio y en una semana se cargó a otros dos pollos de su edad, una gallina y un pato viejo. No hace falta que le diga cómo acabó el pobre Garibaldi. Eso sí, cayó con el espolón en alto, cual guerrero vikingo, a picotazos antes de que la matrona le cortara el pescuezo.

A lo largo de mi infancia en mi casa de Madrid hubo ranas, lagartijas, galápagos, loros, perros e incluso en una ocasión un cordero, pero ninguno de estos habitantes igualó el destino heróico del noble Garibaldi.

Un abrazo y felicidades por su nueva novela. Espero poder ir en breve a España y conseguirla.

Nostromo

24 de abril de 2008, 18:54  
Anonymous Anónimo said...

Señor Torres: por mi tierra nunca vi de esos pollos coloreados. Lo más parecido era la polla de mi abuelo, que no sé por qué le llamaban al hombre La Polla de Oro si más bien la tenía púrpura de tanto burdeleo. Le veo a usted muy traumatizado con los pollitos pero está muy bien la metáfora de que la vida es un eterno fraude del que salimos desplumados. El fragmento me suena, ¿tal ves fue publicado en La Bolsa de Pipas?
Aquí en Mallorca me dicen que ya se ve su novela. Qué suerte, no tendré que ir a España a comprarla.
Su amigo Sun Dance

24 de abril de 2008, 22:19  
Blogger Loren said...

Un fragmento de puta madre.
En mi pueblo hay mercadillo los sábados y lunes. Habías días que vendían estos pollitos de colores y también tuve uno rosa que se murió a los tres días. Después compré uno normal y ese creció y creció y tuvimos que regalarlo a unos parientes porque septiembre había llegado y teníamos que venirnos a Madrid. El puto colegio empezaba.

24 de abril de 2008, 22:33  
Anonymous Anónimo said...

Había en mi barrio un vejete que vendía los susodichos pollos, amén de condones y pastillas de leche de burra, (dejaron de existir con la puta globalización), y los niños de mi quinta nos tirábamos horas mirándolos, hasta que uno se decidía, sacaba cinco rumbosos duros y pedía el del color más psicodélico. Normalmente, se le moría en el bolsillo de la coreana a los diez segundos de haberlo adquirido, y el cabrón del vejete, decía: "Esto no se cambia, no es como el Sepu", mientras uno de nuestros guindillas le choraba los chicles Cheiw de fresa y le meaba el taburete.
Tiempos en que todo era excitante, en los que dormir era un pérdida de tiempo, tiempos de guá, pocha, botella, chapas, pico, pala, puño.
Ahora, nada como ver la primera puta en mi vida. Una jaca de uno ochenta a la que seguíamos no menos de treinta compañeros cada vez que ligaba un cabrito. La rabiza se giraba: "¡Cabrones de niños!", mientras el verriondo silbaba la Marsellesa disimulando y pensando cómo coño había un bar de putas a diez metros de un colegiio de niños. Y la iza tenía razón: Ëramos unos cabrones. Y corto ya el rollo que tengo que merendar un bocata de chorizo con margarina y va a empezar Benny Hill

24 de abril de 2008, 22:44  
Anonymous Anónimo said...

Entiendo que es complicado el llegar parir de nuevo una obra tan redonda como El gran silencio. Ya he asumido la imposibilidad de tal cuestión.

...pero me sigue encantando cómo escribes, so mamón.

Obviamente, me haré con un ejemplar de Niños de tiza, como dicen los anglófilos, los pijos y los gilipollas "as soon as possible".

Abrazos,
Pedro de Paz

25 de abril de 2008, 8:36  
Anonymous Anónimo said...

Eres un cabrón sentimental.

25 de abril de 2008, 8:48  
Anonymous Anónimo said...

David, ¿no crees que el último párrafo es un poco redundante?
¿No le dejas un poquito de espacio al lector? Te fumas todo el puro y sólo dejas el humo...
Me encanta tu manera de escribir, pero se aceptan críticas destructivas, ¿no?
Me gusta mucho cómo vuelve a la infancia y la adolescencia en algunos libros Eloy Tizón. Un escritor maravilloso. ¿A ti qué te parece?

Un saludo Tocayo.

25 de abril de 2008, 9:00  
Blogger David Torres said...

Nostromo, de heroico nada, Garibaldi era un poco psicópata, reconózcalo.

Sun Dance, no sé de qué le suena, teóricamente es completamente inédito. Espero no haber plagiado a algún otro pollólogo sin querer.

Gracias, Loren. Ignoraba que aún seguía vigente la compra-venta de pollitos.

Anónimo, las pastillas de leche de burra son otro de esos mitos. Escribi sobre ellas en La sangre y el ámbar.

Don Pedro, muchas gracias. Se le restituirá el favor en cuanto salga su próximo libro.

Anónimo, soy sentimental, sí, cabrón no, al menos técnicamente porque soy soltero. Muy soltero. Y sin compromiso.

Tocayo, no sólo se admiten: se exigen críticas constructivas. A Tizón lo he leído muy poco pero sus cuentos me parecen magníficos. Se ve que tienes ojo porque el último párrafo, en realidad, es el comienzo de otro pasaje. En la novela hay un silencio de blancas justo después de que Pedrín se tapiñe a Pollo. De hecho, pensé si poner la continuación o no porque no se trata de una culminación sino de una derivación. Se ve que Vd. ha leído un rato.

25 de abril de 2008, 9:34  
Anonymous Anónimo said...

Estimado señor Torres. Sólo deseo que sepa que ya me he leído su novela Niños de Tiza dos veces. Puede que no sea El Mar en ruinas, pero pocos libros de este siglo que ya lleva ocho años son El Mar en ruinas. Es hipnótica. Sobrevive sin merma a su trama policiaca, a las sorpresas inherentes al género. De nbuevo ha escrito usted un mundo que se abre constantemente, al modo de los caleidoscopios de mi niñez (lo siento, yo era eso que se llama "un niño rico".)Es usted de los pocos que aún nos ofrece algo más que un libro con cada uno de los suyos.
Enhorabuena.

25 de abril de 2008, 11:19  
Blogger David Torres said...

Si no es de mi padre, el anterior comentario debe de ser de Alvaro, que es como mi padre pero en culto.
Aunque no me pega lo de "niño rico".

25 de abril de 2008, 11:42  
Anonymous Anónimo said...

¿Cómo voy a ser yo? ¿No te has fijado que quién sea ha intercalado una "b" entre "n" y "u" en la palabra "nuevo"? Yo cuando la jodo, la jodo a lo grande (la gramática, digo)
Álvaro

25 de abril de 2008, 12:47  
Anonymous Anónimo said...

No he leído tanto, pero escribo tan mal que me paso el día quitando la grasa de mis textos (como decía Reig en el blog pariente de éste).
Un saludo del Tocayo Barreiro.
Para servirle.

25 de abril de 2008, 13:08  
Anonymous Anónimo said...

En mi infancia, que es un poco más lejana que la de la mayoría de vuesas mercedes, los pollitos eran todos amarillos. Pero se morían igual los cabrones. Tuve uno que acabó en el corral de mi tío Sebastián, en Ävila. No tuvo nunca nombre alguno, pero según mi tío fue un montador excelente. Yo le llegué a ver. Un mostranco como un camión, colorao y altanero, el hideputa. Pero condescendiente con los otros piolines. Si acabó sus días encazuelado o no, ya no llegué a saber.

De lo que sí recuerdo con mucha pena y su poco de nostalgia fue de Amarillo, un perro callejero, buenazo y listo, que nos acompañó a la banda casi dos años, tapia arriba, drea abajo, entre pellas y
fogatas. Daría para un poema que aún no me atrevo a pensar.

Bueno, y como tengo la puta desgracia de tener un cartero ladrón y culto, me parece que terminaré yendo al carrefur a mercar su novela, maese David, hermano, compañero.

No será la primera vez, no.

Tirandomallapeonza García

25 de abril de 2008, 14:45  
Blogger conde-duque said...

Muy bueno este pasaje. Son recuerdos que tenemos todos: "la ropa sucia, las rodillas cuajadas de costras y arañazos", aguantarse las ganas de cagar para seguir jugando, etc.
A los que habéis nacido en los años 60 os recomiendo este libro.

Me gustaría, si puede ser, que explicase más esto (con nombres y apellidos, si se tercia): "no soporto el género autobiográfico porque suele destilar un tufillo de suficiencia y engreimiento casi siempre disfrazado de humildad".
Un saludo.

25 de abril de 2008, 14:49  
Blogger conde-duque said...

Vaya, no ha salido.
Me refería a éste:
http://actualidad.terra.es/articulo/html/av283023.htm

25 de abril de 2008, 14:52  
Anonymous Anónimo said...

Pues yo siempre he creído que la infancia, en general, está mitificada y sobrevalorada. Que de niño no hay nada interesante ni emocionante, y que a los niños se les lleva como perros sin correa (aunque alguno he visto hasta con correa colgando).
Y no me ha parecido sentimental el texto, más bien vuelta y vuelta tirando hacia lo crudo. Pero bueno, lo mismo que el punto de la carne, va en gustos.

25 de abril de 2008, 17:19  
Blogger Unknown said...

Querido David:
Muchas gracias por tu firma en mi blog, un honor grande.
Has hecho bien en visitarme ahora, que aún no estoy muerta.
Sólo veo pollos. Gracias también por este texto contundente, redondo, fino y emocionante.
Saluda a la Ruina de mi parte....jeje..

25 de abril de 2008, 21:56  
Anonymous Anónimo said...

Estoy intentando recordar qué fue de mi pollo verde… ¿Acabaría en la cazuela?.
Mi amiga de la infancia…¿acabaría en la cazuela?.
La monja “mala mujer”…¿acabaría en la cazuela del infierno?.
La polla de mi primer ligue… ¿en qué cazuela acabaría?.
Todos tenemos una cazuela llena de recuerdos.
A veces es mejor no destapar la cazuela, no vaya a ser la cazuela de Pandora.
THÈ.

26 de abril de 2008, 9:55  
Blogger Lorena y Jas said...

Yo de niña no quería un pollo, quería un perro. Como "nopuedeserypunto", descubrí entonces el apasionante mundo del hamster. El primero y más longevo fue Gusgus, comprado en una pajarería por el parque de Berlín. Era blanco, con pelo largo y ojos rojos. Gusgus era un ratón simpático, que escuchaba atentamente cuando mi madre le hablaba, sobre dos patas (el hamster, o bueno, ambos), a la espera de un pedacito de manzana. Sólo me mordió una vez, porque le desperté mientras dormía en su cama de algodón. Lógico el bocado. Gus falleció a la venerable edad de 4 años y lo enterramos bajo el césped de un parquecillo de Chamartín. Hoy probablemente sea un bloque de edificios.
Los que le siguieron no tuvieron tanta suerte y sí una tendencia extraña a lanzarse desde un piso 12 sin paracaídas. No, no eran leming, eran hamsters.
Este triste y aplastado fin lo compartieron Peluso, Rátigan y Ambrosio. El portero estaba hasta los cojones de barrer ratones suicidas de la acera.
Ahora tengo dos perros.
Un besazo, David, bello extracto del libro, que espero comprar cuando lleguemos a España.
Lorena

26 de abril de 2008, 15:42  
Blogger David Torres said...

Genial la historia de los hamsters, Lorena. Sin paracaídas. Me he reído mucho. Besos sin fin.

Thè, nunca se sabe lo que se cuece en la cazuela.

Vieja, no se muera Vd., ande. Espere que un día de estos voy por Mallorca.

Ub, lo crudo y lo cocido. El pollo según Levi-Strauss.

Gracias, Conde-Duque, no he leído ese libro.

García, en mi novela también sale un perro callejero y follador, como un vagabundo de Bukowski.

Tocayo, por lo que he le leído, poca grasa habrá que quitar.

26 de abril de 2008, 18:11  
Blogger David Torres said...

Lorena, Jas, ¿qué día era el bautizo de Rodrigo?

26 de abril de 2008, 18:17  
Blogger Lorena y Jas said...

El domingo 25 de mayo a las 17.00. Pero a Madrid llegamos antes, el día 17. Algo habrá que hacer ¿no?
Me alegro de que te guste la historia de los hamsters más que al portero.
Oye, ¿le has echado un vistazo a nuestro blog? Está nuevito nuevito, y huele a los libros del primer día de clase.
Muchos besos,
Lorena

26 de abril de 2008, 21:08  
Anonymous Anónimo said...

Tengo Bellas y Bestias.

Cojonudísimo.

27 de abril de 2008, 4:02  
Blogger David Torres said...

Muy bueno lo del afilador, Lorena. Tendría que haber metido uno en la novela.
Besos trasatlánticos.

28 de abril de 2008, 11:47  
Blogger Emmaskarada said...

David, que bueno. Tengo que comprar tu novela. Un beso.

2 de mayo de 2008, 12:03  
Anonymous Anónimo said...

¿había curas con sotana en San Blas? jo, no lo recuerdo

a los demás,a casi todos.

nada, que me has hecho que esté unos días volviendo a pasear por la calle Amposta, y buscar a las puertas del Santa Marta algún insano recuerdo

18 de junio de 2008, 16:17  
Anonymous Anónimo said...

Me llamo Gema, y no soy una sirena ni he muerto ahogada en una piscina (algo no descartable todavía) pero me estoy leyendo tu novela, y me está gustando, copiare algunos de los fragmentos en mi cuaderno de fragmentos y los releere y releere....muy bueno el cura, uno de los mejores personajes. yo también tuve un pollo, el mio era verde, y también, acabó en pepitoria.
:)

3 de julio de 2008, 12:31  

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