l Tropezando con melones - Blog de David Torres: Supersticiones de la escritura

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viernes, 22 de agosto de 2008

Supersticiones de la escritura

Hace poco leí a un famoso escritor (quizá no tan famoso) que se preguntaba cuánto tiempo hacía que no escribíamos una carta a mano. La ironía sonaba más bien a lamentación, a elegía por un tiempo perdido: justamente aquel en que el trazo de la tinta sobre el papel podía delatar el carácter del plumífero del mismo modo que las huellas de una gaviota sobre la playa.



Hay algo impersonal en ese chorro de letras con el que ordeñador va manchando la página. A mí, a la hora de escribir una novela o un relato, me gusta precisamente eso: la sensación de que el texto se va hilando solo, organizándose por sí mismo, fluyendo desde algún sitio en mi interior, segregado desde cierto misterioso órgano interno como la tela de una araña. Por supuesto, debajo está la araña, es decir, el amanuense, y creo que da un poco lo mismo si utiliza un Pentium, una Olivetti o una pluma de ganso. Lamentarse porque las cartas ya no se escriban a mano tiene más de anacronismo que de nostalgia, algo así como echar de menos los trenes de vapor o las tablas de lavar y sus tercas ondulaciones. Mejor una lavadora.

Escribí mi primera novela -todavía inédita- en una vieja máquina de escribir de hierro, una Underwood del treinta y tantos con un sólido e imperfecto teclado que bien pudieron haber aporreado Chandler, Faulkner o incluso la secretaria de Eisenhower. La ñ era un añadido del mecánico, un trucaje del motor. Recuerdo la resistencia de las teclas a la presión, el atasco de las varillas al accionar varias teclas a la vez y, sobre todo, el disciplinado y metálico aguacero sobre el papel con la misma estéril melancolía que el crujido de la estática en los discos de baquelita. La máquina está ahí, en una repisa de mi salón, con el vistoso y anticuado encanto de un piano de escritor. De hecho, algunas veces me tienta el regreso al piano, a ver si logro arrancar esa novela que tengo atrancada desde hace meses.

Un profesor de la facultad, Antonio García Berrio, aseguraba que él escribía a mano porque le daba la sensación de estar sosteniendo un pene erecto antes de penetrar el papel. A mí la frase me sonó a impresionante tontería freudiana, sobre todo teniendo en cuenta que mi experiencia es justamente la contraria: el escritor nunca debe ser un explorador con el machete a punto sino más bien una selva en el momento de ser fecundada. No un macho furibundo sino una hembra que aguarda el momento milagroso de la concepción. No un tiránico maestro de ceremonias armado con un látigo sino un médium, una comadrona.

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11 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Tienes razón, David. A la página hay que ir con modestia, como apartando una de esas cortinas de tiras de colores en una tarde de verano, lo cual implica también cierta curiosidad, cierta intención de saber, de gulusmeo poético. Lo de menos es cómo se haga. Con motivo de la total implantación del ordenata en este oficio nuestro, se planteó en su día aquello de si el ordenador influía en el estilo. Algunos decían que sí. Me parece una soberana tontería, aunque reconozco que para la poesía aún utilizo un primer borrador a mano. La narrativa es otra cosa, y hay que empezar a normalizar su uso en la pantalla. Las palabras fluyen, del mismo modo que fluían en la máquina de escribir, sólo que se visualiza diferente. De todos modos,hay que decirlo, es cierto que el ordenador tiene la culpa de muchos malos escritores de hoy, porque en nuestros días quien no escribe un libraco es porque no quiere. No sé por qué siempre he intentado imaginarme al pobre Gironella escribiendo aquellos mamotretos de Los Cipreses creen en Dios y demás,con una máquina de escribir, tachando desesperado. Imaginen lo que habría hecho con un ordenador. Gracias al cielo, nunca lo vimos. La máquina de escribir y su laboriosidad implícita nos salvó de no pocas obras nefastas.
Gracias a que no tuve ordenador hasta bien cumplidos mis 26 años, no publiqué mi primera obra hasta los 30. Todo eso que se ahorró la literatura. En un exceso de nostalgia, guardo aún varias novelas inéditas escritas en mi vieja Olivetti, enfundado en guantes en invierno. Los dedos se me resbalaban y aparecían as donde iban es, etc.
Por cierto, David,¿es verdad la leyenda de que escribiste Nanga Parbat en el almacén de Altair? Cuéntanos algo de esto, anda.
Un abrazo.
DIEGO PRADO

22 de agosto de 2008, 10:51  
Blogger Andrés Pérez Domínguez said...

A mí me gusta escribir a mano el primer borrador. No creo que el ordenador cambie el estilo ni nada de eso, pero sí estoy seguro de que escribir a mano el primer borrador ralentiza saludablemente el proceso de escritura porque al seguir trabajando luego en el ordenador es como si empezases de nuevo, con otra perspectiva, y me estimula más. Pero para gustos, colores. A mí me gusta el contacto de la pluma sobre el papel, y lo que cada uno quiere, supongo, es que su trabajo sea lo más placentero posible. En mi mesa tengo ahora mismo un taco de folios manuscritos que va creciendo cada día, y de vez en cuando cojo una hoja al azar para descrifrar lo que he escrito, que a veces hasta a mí me cuesta trabajo, pero me gusta, sí.
Un abrazo,
Andrés

22 de agosto de 2008, 11:29  
Anonymous Anónimo said...

Si bien todos los métodos me parecen igual de válidos siempre que se alcance el fin perseguido -todos los caminos terminan conduciendo a Roma-, yo no concibo la escritura de un texto sino es con un ordenador de por medio. Escribir a mano o con máquina tradicional siempre ma ha resultado una tarea hercúlea y engorrosa. En parte quizá sea por deformación profesional -muchos años de informático- y, en parte, porque, paradójicamente, nunca he sido muy ducho en cuestiones mecanográficas. Un manazas, vamos. Cuando me lanzo a la carrera, trastoco letras, cometo fallos ortográficos a patadas, me como sílabas. Afrontar todo ello, sin la inmediatez correctora que proporciona el ordenador, me parece un suplicio.

Abrazos,
Pedro de Paz

22 de agosto de 2008, 12:44  
Blogger A. Rómar said...

Uno no debería preguntarse cuánto hace que no escribe una carta a mano. Sino cuánto haría de no existir internet. El ordenador y la red han recuperado el escribirse unos a otros constantemente.

Esto mismo no deja de ser una de esas notas, pero ahora mi lacayo se ahorrará la carrera hasta Atocha para entregártela. O hasta el mentidero de las Gradas de San Felipe.

A mano se siguen escribiendo las tarjetas navideñas, las dedicatorias de libros y algunos poemas, la lista de la compra, las ideas que asaltan por la calle, los mensajes en las puertas de los lavabos y las pintadas en las paredes.

La escritura a mano está en su mejor momento de la historia, teniendo en cuenta que hasta hace cincuenta años la gente ni sabía leer.

22 de agosto de 2008, 12:49  
Blogger David Torres said...

Pues tienen razó todos ustedes, así, en plan cuatro magníficos. Me gusta la visualización de la pantalla, la estructuración en párrafos, el hecho de que la hoja aparezca como recién nacida, a punto para la impresión. Me gusta la facilidad con que uno puede ya no tachar, sino corregir, suprimir, añadir. Me gusta también el tacto insobornable del bolígrafo de tinta líquida (en esto soy muy puñetero) sobre una libreta Moleskine, que casi siempre llevo encima, por lo que pudiera suceder (la PDA me parece un engorro, qué le vamos a hacer). Me gusta que internet haya multiplicado enormemente el arte epistolar.

En cuanto a tu pregunta, Diego, no hay nada de leyenda. Escribí Nanga Parbat (casi toda la novela) en el almacén de Altair, después de la hora del cierre, de 9 de la noche hasta las tantas de la madrugadad, una hora que nunca ha sido muy buena para mí, pero que era la única que tenía. En el almacén de la librería había silencio, oscuridad y un ordenador del que por entonces yo no disponía.

22 de agosto de 2008, 13:43  
Blogger Andrés Pérez Domínguez said...

David: a mucha gente, cuando ve los libros publicados les parece muy glamuroso todo este tinglado, pero pocos que no se dediquen a esto saben del esfuerzo que hay detrás. Durante años yo fabricaba cuentos de tres a cuatro de la tarde, la única hora del día que tenía libre, y aunque ahora recuerdo con mucho cariño aquella etapa la verdad es que entre el trabajo que tenía entonces -que no tenía nada que ver con la escritura- y el oficio de escritor apenas me quedaba tiempo para nada. Luego, para poder escribir La clave Pinner estuve durante cerca de un año levantándome un par de horas antes cada día. Ya ves, glamuroso oficio donde los haya... Pero al final si uno es lo bastante pesado acaba alegrándose, porque las cosas terminan por acoplarse de uan forma u otra.
Pedro de Paz: recibí un correo tuyo cuando volví de vacaciones donde aparecía información de una novela que publicas en Planeta. Tal vez sepas que llevo un espacio de libros en Punto Radio, para Sevilla y provincia. Si les dices a los de Planeta que me lo manden lo recomendaré con mucho gusto. Pero todas las editoriales de Planeta, salvo dos o tres, son muy puñeteras a la hora de enviar libros. Da la sensación de que a veces te falta suplicarles para que te atiendan. Pero bueno, lo dicho, si quieres me escribes y te lo explico con un poco de más detalle.

22 de agosto de 2008, 14:35  
Anonymous Anónimo said...

Sobre lo último que comentas David, sobre quién va con el machete y quién aguarda, yo hubiese pensado al revés de como tu dices; si no con machete al menos el escritor sí es al que veo con el cincel dando forma a la historia que él ha imaginado y que va creando. Y si alguien es el campo listo para ser cultivado vería más bien al lector, que abre el libro dispuesto –o expuesto- a que la letra haga mella en él, sin idea de qué se va a encontrar. Pero igual es al revés, o de otra forma, no sé, los escritores diréis.
Carlota

22 de agosto de 2008, 16:02  
Blogger Bárbara said...

No sè si el ordenador ha cambiado la historia de la literatura pero bendito word, la de tiempo que ahorra en esto de corregir que es en lo que consiste bàsicamente la literatura (quièn sabe puede que con un PC Flaubert hubiera finiquitado su Mme Bovary en un agno, como tambièn puede que a mì me estè jodiendo este extragno teclado).
Y tambièn es cierto que yo tenìa una letra tan bonita, decìan los dinosaurios...
Leì sus nignos de tiza y me gustò mucho.

22 de agosto de 2008, 17:30  
Anonymous Anónimo said...

Pues escribir en el almacén de una libreria tan viajera como Altair y de noche debió darte suerte e inspiración, David. Yo soy incapaz de escribir fuera de mi habitación de trabajo. A lo sumo he escrito poemas y algún artículo en algunos de esos empleos contemplativos que alegran mi currículum y que tú ya conoces. Mi primer libro publicado lo escribí en las horas siempre caprichosas que me dejaba libre el trabajo que entonces tenía en el aeropuerto de Menorca. Iba y venía, al azar de los vuelos y sus retrasos. Ventajas de haber vivido en un sitio donde todo te cae cerca, claro. Luego, mis posteriores libros los he ido escribiendo adaptándome a los empleos que iba teniendo. Prefiero escribir por las tardes pero ahora sólo puedo por las mañanas. También preferiría la noche, pero al igual que tú ya cada vez soy menos noctámbulo.
Estoy de acuerdo con Andrés (notable escrito, por cierto) en que escribir no tiene ningún glamour. Eso es, precisamente, la literatura, la soledad de un cuarto, las dudas,la felicidad cuando todo rula bien. Lo demás es mercado, canapés y oropeles.
Abrazos

23 de agosto de 2008, 11:27  
Anonymous Anónimo said...

Y lo firma aquí el Prado, que se me olvidó. Ya digo que para escribir las mañanas no me van...

23 de agosto de 2008, 11:31  
Anonymous Anónimo said...

Es que tu eres un escritor moderno. Moderno a lo que en genero se refiere. La pluma freudiana ha pasado de moda. Ahora esta esta selva de teclas, dispuesta a recibir. Las maquinas y el psicoanalisis barato tambien tienen algo qie decir.

29 de agosto de 2008, 17:11  

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