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lunes, 15 de septiembre de 2008

Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

Esta mañana, al abrir la página de necrológicas, me ha saltado la cara la noticia de la muerte de David Foster Wallace. Me ha extrañado porque era un tipo muy joven, apenas cuatro años mayor que yo, pero en seguida he visto que se trataba de un suicidio. Un suicidio de lo más clásico: se ha ahorcado. Su mujer encontró el cadáver colgando cuando regresó a casa.



De inmediato me ha venido a la cabeza el título del único libro que he leído de Wallace: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. También podía haber pensado en el título de otro de sus libros, ese enorme tomo de más de mil páginas que está considerada una de las mejores novelas de los últimos años: La broma infinita. El primero es mucho más corto y, sin embargo, no pude terminarlo. Contaba un viaje en un trasatlántico de lujo en un estilo irónico y en ocasiones brillante, pero la proliferación inmisericorde de notas a pie de página convertían la lectura en un incómodo y constante cunnilingus. Se lo regalé a mi amigo Javier Reverte cuando supe que iba a embarcarse en el Queen Mary para una disección de la fauna a bordo.

El suicidio es una enfermedad muy común entre el gremio los escritores. Hay varios manuales al respecto. El más completo que conozco está firmado por alguien que lleva el inquietante apellido de Tijeras. Concretamente, el gesto está tan extendido entre los poetas que mi amigo Luis Felipe Comendador pudo escribir un poemario formidable íntegramente dedicado a bardos que decidieron poner punto final a su vida: Paraísos del suicida.

Por eso mismo, por la vulgaridad de la propuesta, uno hubiera esperado algo más de originalidad por parte de un joven gurú de las letras americanas, uno de los abanderados de la llamada Next Generation. No me refiero a que usara drogas de diseño en lugar de una cuerda. Quiero decir que, en términos estrictamente narrativos, el suicidio es uno de los más gastados tópicos de la literatura contemporánea. El existencialismo lo extendió hasta la naúsea. Y en el terreno de la realidad (Hemingway, Pavese, Plat, Maiakovski) la lista es interminable.

Porque si toda vida es una narración (y en cierto modo, lo es) el suicidio resulta un final inaceptable, un inesperado y tramposo deus ex machina, algo así como arrancar las páginas finales de la novela o como dejar que el volumen se vaya apagando al estilo de esas canciones pop que no saben cómo rematar dos acordes. Los griegos y los romanos lo consideraban un recurso desesperado, válido sólo en casos de locura extrema (Ayax Telamón matando ovejas, Dido abandonada por Eneas), de enfermedad incurable o de chantaje político. Pero, a partir del Werther de Goethe, el suicidio marca la puerta de salida al héroe contemporáneo.

Es curioso ver cómo un narrador que abogaba por la revolución de las técnicas narrativas acaba recurriendo a un expediente tan gastado como colgarse del cuello con una soga. No sabemos por qué David Foster Wallace plagió a Judas Iscariote, pero es de lo más común que a la hora de la verdad los supuestos revolucionarios retrocedan a las trincheras conocidas. Alain Robbe-Grillet, buque insignia del noveau roman, sobrevivió una vez a un aterrizaje forzoso y, ante los micrófonos de los periodistas, narró la aventura al estilo clásico. De haber seguido los supuestos teóricos de su escuela, Robbe-Grillet debería haber empleado una hora en describir pormenorizadamente las idas y las venidas de las azafatas, la incomodidad del asiento, la maniobra de abrocharse el cinturón, etc. En lugar de ello utilizó el mismo tono seductor, las mismas elipsis y los mismos trucos retóricos que hubiese empleado Stevenson.

La muerte de Wallace -un escritor de éxito en plena juventud- repite en carne y hueso el misterio esencial de aquel esqueleto de relato genial ideado por Chejov: 'Un hombre va al casino, gana un millón, vuelve a casa y se suicida'. No hay muchas más maneras de contar historias, aunque algunos crean lo contrario. La vida es algo supuestamente divertido que nunca volveremos a hacer.

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17 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Cada nueva narrativa que hemos vivido, y llevamos unas cuantas, ha tropezado siempre con la misma piedra: la vida no cambia, no entiende de modernidad, de postmodernidad ni de postpoética. Por eso los finales se parecen tanto. Literatura es lo escrito que recala en lo vivido, pero lo vivido que recala en lo escrito no es vida. Quizás por eso no hemos logrado abandonar el mundo clásico.

Fdo: A..., ex-escritor

15 de septiembre de 2008, 18:47  
Anonymous Anónimo said...

Un suicidio es una agresión para el que se queda (pensaba en su mujer y en cómo lo encontró). No encontrar un motivo para vivir ha de ser terrible.
No creo que suicidio-literatura sea un binomio clásico. Cada día se suicida gente que, lo que tiene en común es que no desea vivir.
El tema me entristece absolutamente porque, paradójicamente, hay gente de esa edad que muere y deseaba vivir.

¿Qué es un ex-escritor, A? Cuando se escribe, se escribe siempre.

15 de septiembre de 2008, 20:14  
Anonymous Anónimo said...

Ya que lo cita, punto mi aborrecimiento absoluto por las letras de Robbe-Grillet y las de otros tantos de su noveau roman. De igual modo me parece insoportable algo bastante anterior como el Berlin Alexanderplatz de Döblin (por la profusión de detalles, me refiero).
Me imagino a uno de éstos pidiendo en un restaurante. El torrente de detalles aburre a la camarera hasta aletargarla.

Del tal Wallace, ni idea hasta la fecha. Maldita ignorancia.

Saludos

15 de septiembre de 2008, 21:33  
Anonymous Anónimo said...

A mí me parecía un escritor curioso, con el estigma de la sobreabundancia de datos que tanto les pone a los juntaletras americanos y que tanto admiramos por desconocimiento, pero al que no estamos acostumbrados(imaginad cuatro páginas detallando el motor de un seat panda...), y me parece que regoge, (o tritura), la herencia de Pynchon y una más moderna de Easton Ellis, dejando su legado en un escritor deudor suyo pero infinitamente superior a él como es el bandarra de Chuck Palahniuk, el verdadero culmen de una generación en la que todos los tipos están como chotas. Hay algunos buenos de su quinta, (Arthur Bradford, David Sedaris...), pero a mí me parece un poco como una generación Almodóvar. Si en vez de americanos hubieran sido moldavos, les hubieran hecho tragar las estilográficas, confinado en un campo de trabajo recogiendo remolacha hasta que les saliera el sudor por el culo.
Un gran personaje de novela, el inspector Rebus, describió certeramente el suicidio: "Los escoceses tenemos fama de dos cosas: de golosos y de grandes bebedores" Y de otras dos" "¿Cuáles?" "Eludir las cuestiones y sentirnos siempre culpables" "¿Te refieres al calvinismo?" "Dime otro motivo por el cual un hombre acabe con todo".
La culpa, la maldita culpa...

15 de septiembre de 2008, 22:35  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

No es por presumir de ignorante, pero yo pensaba que al tal Wallace se lo habían cargado los ingleses: se les fue la mano un poco afeitándole. Demasiado apurado.

Ni idea de quién era este tipo pero, por lo que dices, tampoco creo que me interesara mucho.

Me encanta tu colofón, como siempre. Eres un monstruo.

Javier

16 de septiembre de 2008, 7:05  
Anonymous Anónimo said...

Yo no tengo nada que decir sobre su suicidio a excepcion que me parece respetable y que probablemente lo hubiera llevado a cabo habiendo escrito en su vida mil novelas o no. La pulsion del suicida le toca en suerte a los fontaneros, a los juntaletras y a las amas de casa. Creo que al le importaba una mierda el final original, no se suicido para dar que hablar, se suicido porque no pudo evitarlo. Seguro que amaba la vida tanto o mas que nosotros pero hay seres que no pueden evitar mirar al abismo y querer lanzarse a el antes de tiempo. Es asi y no le demos mas vueltas. Tambien nuestro torturado Joker, el ultimo actor que lo encarno, acariciaba, meditaba la idea desde hacia tiempo. Hasta que lo hizo.
Yo creo que eso si que es poetico, David.
Clasico, si me apuras.
Pero hasta comprensible.

16 de septiembre de 2008, 11:34  
Blogger Bárbara said...

A pesar de que hay muchos más suicidios que los que aparecen en la prensa (por aquello del pacto de silencio, porque resultan ser contagiosos) a mí me da que los escritores se suicidan más que el resto de los mortales. Y los poetas más que el resto de los escritores, y las mujeres poetas más que los hombres poetas. Pero no me atrevo a apuntar las razones...
fdo: la mujer invisible

16 de septiembre de 2008, 13:42  
Blogger Isabel Huete said...

El blog de Luis Felipe me ha conducido al tuyo y he de decirte que ha sido un descubrimiento interesante.
La diferencia de los suicidas con el resto del personal es que ellos lo hacen por la vía rápida y los demás nos lo tomamos con calma. Son distintas visiones estéticas de la forma de morir. Algunos también lo hacen porque no saben cómo alcanzar su minuto de gloria.
Ya sé que soy un poco bestia...
Un besote.

16 de septiembre de 2008, 14:26  
Anonymous Anónimo said...

Pienso que la vida no es algo "supuestamente" divertido, la vida es diversión. Si de todos los acontecimientos que nos ocurren sacamos el máximo partido todo puede llegar a ser positivo y divertido. Unicamente se trata de vivir intensamente cada momento como si fuese el último y no volver atrás ni pensar en el futuro. Puede que sea demasiado optimista, pero en mi trabajo, con mi familia, con mis amigos y en todas las circustancias procuro vivir el momento y hasta ahora me va bien. Aunque es cierto que esta filosofía de vida se genera despúes de un trágico acontecimiento que me hizo reflexionar sobre la importancia de vivir el ahora y no el luego.

16 de septiembre de 2008, 15:34  
Blogger David Torres said...

A. tiene razón Oyana. Un escritor lo es siempre, incluso cuando deja de ser... vivo.

Dan, Wallace no iba por ahí, pero casi, casi.

Anónimo Mijangos (¿es Vd. verdad?), gracias por su entusiasta contribución. En efecto, Palahinuk es el más interesante de todos, con diferencia. No conocía yo esa frase de Rebus. ¿De qué novela es?

Javier, era otro Wallace. Tú también eres muy feo, gracias.

Emma, no sé por qué, pero la extensión del suicidio entre el gremio de los plumíferos es mucho mayor que entre otras profesiones. Por ejemplo, pintores, músicos o albañiles. Misterio.

Bárbara, hay muchas mujeres suicidas, sí, pero los hombres, según mi amigo Comen, ganan por goleada.

Isabel, su idea ya la apuntó Schonpenhauer: toda muerte es un suicidio secreto. ¿Para qué correr? Gracias por la visita. Qué gran tipo el Comen.

Anónimo, completamente de acuerdo. Incluso en los peores momentos, la vida es insuperable.

16 de septiembre de 2008, 16:27  
Anonymous Anónimo said...

David,

Genial la anécdota de Robbe-Grillet. Me imagino que con el acojone se te quitan todos los años pasados en Marienbad.

17 de septiembre de 2008, 10:03  
Anonymous Anónimo said...

Lo peor es suicidarse en vida, y eso lo hacemos muchos diariamente, escritores o no. Siempre me he sentido atraido por los escritores suicidas y por los fenecidos a tiempo. Vivimos rodeados de muertos, suicidas o no, que están más vivos que la mayoría. Creo que hay que quitarle hierro al tema, por otro lado tan respetable.
D. Prado

17 de septiembre de 2008, 10:26  
Anonymous Anónimo said...

No sabe el suicida, inconsciente por apatías y tristezas, el daño que trae consigo su muerte a madres, novias, amigos. No me recrearé en los acontecimientos por el dolor del recuerdo del drama, simplemente le ocurrió a un amigo pintor hace tiempo. Me ha costado encontrar en la vida, aún no lo encontré, un dolor como el de Mayte, su madre.
David abrazos, y a beberse la vida.

17 de septiembre de 2008, 10:53  
Blogger Loren said...

No he leido nada de él. He tenido en mis manos varias veces La broma infinita, pero al final me ha dado pereza.

Un saludo.

17 de septiembre de 2008, 14:02  
Anonymous Anónimo said...

Javier, me has hecho pensar en Mayte...

17 de septiembre de 2008, 16:04  
Anonymous Anónimo said...

A mí me gustaron "Algo supuestamente..." y "Entrevistas breves...". También algún relato que leí en antologías.
Me parecía muy brillante pero obsesionado en justificar continuamente esa brillantez, lo cual acaba agotando al lector.
Supongo que estaría escribiendo algo. Habrá que leer ese último pie de página.
¿Qué opinas de la Next Generation? Creo haber leído -en el libro Generación Quemada- que el mismo DFW la llamaba también "Generación Wal-Mart".
Me parece muy acertado.

David Barreiro

18 de septiembre de 2008, 12:39  
Blogger David Torres said...

Eso parece, olécranon. Robbe-Grillet, un novelista supuestamente novedoso que nunca volveré a leer.

Diego, el suicidio siempre se da en vida. Yo prefiero suicidarme lentamente a base de puros y whisky.

Javier Divisa, supongo que sí lo sabe, pero el momento tiene que ser terrible. El suicidio es un acto de realidad suprema, no digo que sea valiente o cobarde, pero real no puede serlo más.

Loren, es que mil páginas que no sean de Tolstoi, de Burgess o de T. Ballester dan mucha pereza.

Tocayo Barreiro, los he leído muy poco. Sólo un poco a Wallace y todo Palahniuk, que es un bestia. Coincido con Vd. en que la brillantez primero deslumbra y luego ciega.

19 de septiembre de 2008, 14:26  

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