A medida que pasan los días cada vez sabemos más detalles sobre lo que ocurrió realmente en el K2. Es cierto que en los primeros momentos conocíamos muy poco de lo que había sucedido allá arriba. Pero ocurre que el periodista no puede lanzarse en frío sobre la noticia del mismo modo que el médico no puede esperar a ver cómo evoluciona un paciente. Esto suena a excusa y de hecho lo es: cuando me llamaron para que escribiera un artículo de opinión sobre la tragedia del K2, no tenía más informaciones directas que unas palabras muy duras de Alberto Zerain, quien dijo literalmente: 'Vi mucha mediocridad ahí arriba'. También se rumoreaba (y luego se ha confirmado) que entre los expedicionarios abundaban las botellas de oxígeno. Nada menos que Reinhold Messner opinó: 'La gente reserva paquetes que incluyen ascenso al K2 como si comprara un viaje con todo incluido a Bangkok. Pero quien quiera subir a un ochomil debe asumir su propia responsabilidad y ser capaz de desenvolverse de forma autónoma en tal altura'.

A mí me impresionó especialmente el hecho de que al menos cuatro de las víctimas fuesen serpas y porteadores de altura. Es decir, trabajadores de la montaña. Ese factor concentró sensiblemente mi atención. Para mí no hay ningún problema en que alguien decida dónde y cómo quiere morir, pero no hay dinero ni excusa suficiente para que un hombre muera por cumplir el sueño de otro. Los detalles técnicos (la hora excesivamente tardía para hacer cumbre, las botellas de oxígeno, la falta de preparación de algunos expedicionarios) palidecían ante este simple y meridiano hecho.
El tono, que en mi artículo para la edición digital de El Mundo, era bastante comedido aunque cortante, se bañó de ironía y de sarcasmo en mi blog, que por algo lleva el título que lleva. Como bien señala Sebastián Alvaro en su propio blog, pretendía provocar y, por desgracia, lo conseguí. Digo por desgracia porque lo que no pretendía en modo alguno era ofender al colectivo montañero (aunque está claro que lo hice). No lo pretendía por la sencilla razón de que no se trataba de un artículo técnico dedicado al análisis de lo sucedido (para lo que no estoy ni mucho menos capacitado), sino a una reflexión sobre ciertas zonas oscuras de la psique humana que, en esta ocasión, se habían encarnado en el K2.
Por supuesto que no soy un alpinista, pero creo que eso no quita ni da un ápice para opinar sobre esta cuestión. Tampoco soy un experto en política internacional y hoy he opinado en El Mundo sobre la guerra del Caúcaso. Tampoco soy un edil del ayuntamiento ni un experto en construcción y sin embargo, en el mismo artículo, me atrevo a criticar la gestión urbanística de Gallardón. La crítica de Pérez de Tudela, publicada en Desnivel, a mi artículo se basa exclusivamente en esta teoría de los compartimentos estancos. La repito aquí:
Respecto al debatido y criticado artículo de David Torres en el El Mundo solo tengo que decir que es un artículo literario y periodístico, pero escrito por un autor que no es alpinista, ni explorador, ni ha probado el sabor del esfuerzo. Escribió una novela sobre una imaginaria ascensión al Nanga Parbat que a muchos les pareció que literariamente era buena, y que a otros no les interesó nada. Imaginar el alpinismo es una tarea imposible, si no se ha vivido; y solo algún poeta o filosofo metafísico como Rilke, Hölderlin, Nietzsche o Jünger... podrían hacerlo.
Doy por sentado que cuando Pérez de Tudela dice que yo no he probado 'el sabor del esfuerzo' se refiere al esfuerzo en montaña. No voy a sacar aquí mi curriculum como librero, cobrador de recibos o nadador porque tampoco es gran cosa, pero advierto que el 'esfuerzo' de escribir una novela es bastante considerable. En cuanto a la valoración de mi novela, resulta cuando menos curioso que, según Pérez de Tudela, a muchos les pareciera 'literariamente' buena. No entiendo, tratándose de una novela, cómo les podría resultar otra cosa. Una novela no puede ser 'alpinísticamente' o 'culinariamente o 'químicamente' o 'judicialmente' ni buena ni mala. Es literatura. A muchos alpinistas de élite y a otros de andar por casa les pareció considerablemente verosímil. En el jurado estaba Sebastián Alvaro. Entre los primeros lectores, Paco Aguado, Juanjo San Sebastián, Luis Fraga y José Isidro Gordito. También le pareció muy buena a un famoso alpinista que por aquel entonces (hablo de 1999) tenía un programa de radio, me entrevistó por el libro y me felicitó por mi trabajo. Evidentemente él no se acuerda. Era Pérez de Tudela y si no le interesaba nada, no debería haber hecho una entrevista tan elogiosa.
Pasemos por alto el hecho de que Pérez de Tudela, al contrario que Juanjo San Sebastián, no se ha arrimado siquiera a las faldas del K2. Dejemos también el hecho de que tampoco, al contrario que Luis Fraga y José Isidro Gordito, ha estado en la cima del Nanga. Yo, al contrario, que él, no voy a criticar su curriculum, porque creo que la falla principal de su razonamiento es esta frase: 'Imaginar el alpinismo es una tarea imposible, si no se ha vivido'. Esto es una solemne tontería que, como todas las solemnes tonterías, tiene mucho predicamento. Si fuera verdad, entonces todo lo que no fuesen libros de memorias no valdrían un pimiento. No valdría un pimiento
Guerra y paz de Tolstoi (que no sufrió en carne y hueso la campaña napoleónica), ni la
Decadencia y ruina del imperio romano de Gibbon (que tampoco estaba allí), ni una historia de la cirugía en el siglo XIX, ni la más pequeña novela sobre el Antiguo Egipto.
Según Pérez de Tudela 'sólo algún poeta o filósofo metafísico como Rilke, Hölderlin, Nietzsche o Jünger... podrían hacerlo’'. Es decir que, según él, la facultad de imaginar el alpinismo fuera de la experiencia subjetiva está reservada a algunos alemanes. Pasemos por alto que Jünger no encaja ni como poeta ni como filósofo metafísico. Dejemos también la bigotuda sonrisa con que Nietzsche se hubiese tomado el calificativo de 'metafísico. Es palmariamente evidente que yo, como escritor, no le llego a los talones ni a Rilke ni a Nietzsche. La distancia entre ellos y yo es, más o menos, la misma que hay, como alpinista y explorador, entre Reinhold Messner y César Pérez de Tudela.
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