l Tropezando con melones - Blog de David Torres: junio 2008

David Torres, escritor, guionista y columnista

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viernes, 27 de junio de 2008

Borges, Zerolo y yo

Perdonen el exceso de reciclaje al que les he sometido (y voy a someterles) estos días pero el verano, la caló y el premio Ateneo de Sevilla donde he sido jurado sin piedad, me han tenido contra las cuerdas.




Esta semana, en el blog amigo Wells y Beamurguia (ya os vale el nombrecito, melones), mi amigo Javier Blanco Urgoiti ha inventado un género periodístico absolutamente novedoso y genial: la entrevista parásita. ¿No estamos hartos de oír siempre las mismas preguntas a los mismos tipos? Si entrevistan a un actor, le preguntan sobre cine; si es un político, le cae una brea correlativa y así sucesivamente. Ya Glenn Gould, cuando cambió los recitales de piano por el micrófono de radio, exprimió el jugo de eximios genios musicales apartándoles de su especialidad instrumental y preguntándoles por esferas completamente ajenas a su trabajo. De este modo consiguió una perspectiva completamente insólita y fascinante del gran director de orquesta Leopold Stokowski, simplemente al desviarse de la batuta y preguntarle sobre los viajes espaciales.


Como casi siempre, Borges había anticipado esta línea de trabajo en un relato magistral: Pierre Menard, autor del Quijote. Transcribo parasitariamente el último párrafo:

Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure de madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?

La técnica de la entrevista parásita consiste en coger una entrevista ya hecha a un personaje famoso, suprimir las respuestas y colocársela tal cual a un personaje menos famoso. Rafael Martínez Simancas contesta a las preguntas de Nacho Vidal y Rafael Reig hace lo propio con las de Enrique Iglesias. En breve, Vanessa Montfort, Alvaro Muñoz Robledano, Angel García Muñoz y Jesús Llano contestarán a sus respectivos huéspedes (sugiero a Pepe Rubianes para Jesús Llano y a Luis Aragonés para Alvaro).

Como se ve, Javier se decanta generalmente por el contraste, por el brochazo gordo, y con él, a veces, cual Goya desmelenado, alcanza sutilezas que no lograría con un pincel chino. Para entrevistarme a mí, no se le ha ocurrido otro personaje que Pedro Zerolo, quizá porque Javier sabe bien el afecto y la simpatía que me despierta el concejal madrileño, más o menos la misma que Miliki, Leticia Sabater, Silvio Berlusconi y otras estrellas del espectáculo. La gracia del asunto radica en contestar las preguntas como si estuvieran realmente dirigidas a mí y no a Zerolo. ¿No sería fantástico oír las respuestas de Zapatero para una entrevista original de Keith Richards, las de Rajoy a una de Susana Estrada o las de Ana Rosa Quintana a una de Nabokov? Como yo también soy un parásito de mucho cuidado, copio aquí el resultado:




DAVID TORRES: 'SOY UN COMUNISTA DEL AMOR'

- ¡Por fin eres un hombre casado! ¿Más feliz ahora? ¿Para cuándo los hijos?
-David Torres.- Bueno, técnicamente, casado, lo que se dice casado, no estoy. Los hijos es una asignatura pendiente que me ronda cada vez más cerca porque casi todos mis amigos están ya reproducidos mientras que yo me limito a publicar. Algunos incluso están reproducidos y editados. De manera que, ahora que estoy en cuarentena, los hijos no nacidos se encuentran ahí, en algún lugar de la biosfera, y salen en esos pasajes de mis libros que ningún crítico señala, como el ansia de Roberto Esteban por la paternidad o el aborto de Penélope.

- Convence a un/una joven de 20 años, que vive en una ciudad pequeña, y cuyos padres son muy conservadores, a salir del armario.
-DT.- Mejor la convenzo para que salga conmigo y se quite de encima todas esas tonterías del machismo y el miedo al falo. Como decía una novia mía, no hay lesbianas sino indecisas.

-¿No puede un homosexual vivir siempre dentro del armario, incluso casarse con una mujer, y ser feliz?
-DT.- Supongo que sí, siempre que el armario sea lo bastante grande.

-Pero tú has tenido novias.
-DT.- Unas cuantas, sí. Muy guapas, muy majas y lo bastante inteligentes como para esquivarme a tiempo. Algo chungo debo de tener porque ninguna ha vuelto a llamarme. Soy un comunista del amor: Stalin dejaba detrás tierra quemada y yo tías quemadas.

-Qué opinas del outing?
-DT.- No estoy muy seguro si te refieres a alguna técnica de tocar el trombón o a una postura del Kamasutra. My inglés is very defectuosly, sorry.

-Dices que es posible ser homosexual y de derechas pero no gay y de derechas. Esto cómo se come.
-DT.-¿Yo he dicho eso? Supongo que me refería a que, visto desde la óptica progre, todo tipo que se declara de derechas es un mariconazo.

-¿Qué produce en ti la lectura de esta noticia? [Le muestro un recorte de El País, con fecha 24 de noviembre, cuyo titular reza así: 'Irán ahorca a dos hombres por mantener relaciones homosexuales'].
DT.- ¿Y qué puedes esperar de Irán, ese lugar donde la revolución -ese gran fantasma que recorría Europa- se ha puesto velo? Ya dijo ese califa en lugar del califa que tienen como presidente que en Irán no hay homosexuales. Para eso, para que no los haya, usan las grúas.

-Ante la actitud de la Iglesia, ¿no sería hora de pasar a la ofensiva y demostrarle su actitud cínica? Todos conocemos a curitas que no cuentan en los púlpitos que hacen el fin de semana...para que no se desmayen sus feligreses.
-DT.-Hombre, la actitud cínica de la Iglesia católica está más que demostrada. A mí me encanta provocar a esa otra clase de feligreses que todavía comulgan con la esvástica o con la hoz y el martillo. Dos insignias mucho más similares de lo que se piensa y que hicieron causa común en 1939, la hora más negra de la Historia.

-¿Me podría decir una razón por la que usted puede casarse con un hombre al que quiere y yo no podría casarme con algún familiar mío (madre, hermana, hermano) si quisiera?
-Usted puede casarse con su mano, si quiere. Por mí no se prive.

-Una vez dijiste en un curso al que yo asistía que la bisexualidad no existía, que era indefinición. Negaste mi sexualidad y la de mucha gente. ¿Has cambiado de opinión?
DT.- Yo creo que la bisexualidad es esa excusa que se inventan algunos gays famosos (por ejemplo Freddy Mercury) para ocultar el hecho de que les da lo mismo acostarte con uno que con dos, con hombres guapos que con hombres feos. Uno de mis sueños bisexuales es encontrar a dos suecas gemelas en la cama. No soy muy original, como se ve.

-Me gustaría saber qué se te pasa por la cabeza al oír a personas hablar de peras, manzanas y utilizar el término 'otra cosa' para referirse a la condición homosexual.
-DT. Pues me entra mucha hambre. Yo es que veo una manzana e inmediatamente pienso en la ley de gravitación universal. La homosexualidad no me ha preocupado nunca lo más mínimo porque, desde que vi la espalda desnuda de Eleanor Parker en Cuando ruge la marabunta, no he dejado de rugir. Otros amigos míos rugían al ver el torso de Charlton Heston. Eso es todo.

-¿Como puedes explicarnos tu ascenso tan rápido en tu carrera política, de concejal del ayuntamiento de Madrid a miembro de la Comisión ejecutiva del PSOE, todo en menos de dos años? ¿Formas parte de un nuevo tipo de cuotas, los homosexuales? En tu opinión ¿Debe haber una cuota de homosexuales en los gobiernos, parlamentos y demás instituciones públicas? Un saludo y mucha suerte en tu carrera política.

-DT.-¿Concejal de qué, dice usted? Yo, como mucho, llego a miembro (eréctil en mis mejores momentos). Me temo que se equivoca de persona y de cargo. En cuanto a la cuota de homosexuales, no sé si debería haberla, pero mariconazos, por un tubo, oiga.

-¡Ole tus cojones! Ya era hora que en España alguien llamara a las cosas por su nombre, no desistas, por favor. Mi pregunta ¿Crees que la iniciativa de España se extenderá por Europa, al menos, ya que en Estados Unidos resultará imposible visto lo visto?
-DT.-¿A qué iniciativa se refiere Vd.? ¿A prohibir el castellano en los colegios? Eso ya lo hizo Reagan. Hasta en eso copian los baturros periféricos a los estadounidenses.

-¿Cuál ha sido el poder de los medios en la represión sexual? La televisión ha fomentado la imagen de gay=loca, ¿cree que ha sido digna la imagen del homosexual en los medios? ¿Nos cabe esperar un tratamiento no denigrante en la nueva era ZP?
-DT.- Afortunadamente, genios como Almodóvar o Boris Izaguirre han hecho todo lo posible para demostrar que un homosexual puede ser una persona perfectamente normal y equilibrada emocionalmente, en lugar de un chupapollas histérico. No hay más que ver Kika.

-Respiro aire puro cuando oigo en RNE un programa sobre el mundo gay, ¿Para cuando en TVE? ¿Lo ha hablado ya con Caffarel?
-DT.-No tengo el teléfono de Caffarel, pero hablaré con el padre Mundina, que sabe un montón de peras y manzanas.

-Señor Zerolo, aunque estoy de acuerdo la normalización civil de las parejas de homosexuales, esto me abre nuevas inquietudes, tales como, ¿deberían legalizarse matrimonios poligámicos, fuesen estos de homosexuales o no, si hubiese un movimiento social que los reclamase?
DT.-Zerolo lo será su padre. Lo de los matrimonios poligámicos legalizados me parece una crueldad innecesaria. Imagínese Vd. soportar a cuatro esposas en lugar de a una. Creo que eso explica el retraso centenario de la cultura islámica.

Lean las demás entrevistas en http://wellsybeamurguia.blogspot.com/, su blog amiga.

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lunes, 23 de junio de 2008

Patriotismo de calzón corto

Hace unas semanas, en uno de esos artículos magistrales con los que sacude la prensa mallorquina, escribía Matías Vallés que Chikilicuatre había logrado inspirar patriotismo a un pueblo perdido entre la vergüenza histórica y las boinas periféricas. Pero se equivocaba, porque el fútbol también está ahí para demostrar que los españoles salimos de vez en cuando del armario sólo para animar la camiseta roja y aglomerarnos en los bares a los acordes de un himno que no tendrá letra ni puñetera falta que nos hace.




Ortega habló de la España invertebrada sin contar con que ese insecto de 22 patas que se mueve por el césped es capaz de levantar pasiones más hondas y más instantáneas que la Viagra. Luis Aragonés no habrá estudiado filosofía (para eso es sabio y de Hortaleza), pero la exclusión de Raúl ha soltado más ríos de tinta que la decapitación de Gallardón en las listas del PP. Uno se pregunta si los grandes jerarcas de la derecha no habrán calculado de antemano las fechas para hacer coincidir su congreso con el choque decisivo de la selección en cuartos.

Ese patriotismo de pantalones cortos con que nos vestimos durante la Eurocopa y los Mundiales ha inundado Valencia (ciudad proclive a los petardos festivos) con la esquizofrenia de una celebración que parece apropiarse los colores patrios mientras el gobierno sigue enquistado en esa siesta de donde no la despiertan ni los camiones a bocinazos. Quizá por eso Aznar ha saltado a saludar a los suyos con el empaque de una vieja gloria futbolística cuando su equipo le hace el pasillo: media melena al viento, palmadas a los lados y un apretón de lástima al capitán Rajoy, que hace tiempo que perdió la copa, la recopa, los papeles y hasta los calzones.

Sin embargo, después de todos sus desastres, el PP ha sabido cerrar filas igual que los marines. De hecho, como los marines, ellos están ahí para salvar la democracia, no para practicarla. El congreso lo podían haber resuelto en una mesa de bar, jugando al mus, pero esa traca valenciana proporciona la feliz ilusión de una afición contenta, que quizá les apoyara porque en un momento de alucinación colectiva alcanzaron a creer en un país que iba más allá de un bombo y una camiseta.

Nada más lejos de la realidad. El Politburó valenciano por un lado; la crisis, la huelga y Bibiana por el otro, nos hacen pensar si para la próxima vez no deberíamos elegir entrenador en lugar de presidente. Un sabio de Hortaleza que nos haga soñar antes de despertar con un codazo en plena boca.


(Publicado originalmente en El Mundo el sábado 21 de junio de 2008)

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viernes, 20 de junio de 2008

De la amistad

Decía Montaigne en su clásico ensayo XXVIII (el más bello canto a la amistad que jamás se haya escrito) que él tenía la suerte de haber conocido al poeta Étienne de la Boétie y que, al lado de los cuatro años que pasó a su lado, antes de que la muerte se lo llevara, el resto de su existencia 'no es más que humo, no es más que noche oscura y tediosa'.

Yo, que no soy Montaigne ni por asomo, tengo la increíble suerte de haber tropezado con otro poeta inmenso, y todavía me pregunto qué habré hecho yo en esta vida o en la otra para merecer su amistad. Desde hace más de 15 años, Alvaro Muñoz Robledano y yo reímos juntos, lloramos juntos, bebemos juntos, fumamos juntos y nos contamos secretos que jamás son tales, porque, desde el día que lo conocí, tengo la sensación de que compartimos algo más grande que la vida.


Como dijo John Barth en La ópera flotante, una novela no tan famosa como debiera,: 'Si usted cree que esto tiene algo que ver la homosexualidad, pienso que es normal. Si usted cree que él o yo somos homosexuales, usted es un imbécil'. Ya Montaigne se ocupó de situar la amistad venérea en un escalón inferior, junto a la natural, la social y la hospitalaria. Vuelvo a citar al Señor de la Montaña: 'En la amistad de la que hablo, se mezclan y confunden una con otra (las almas) en unión tan universal que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo'.

Casi no pasa un día sin que nos hablemos y, cada vez que lo recuerdo, se me aparece ese momento cumbre de Qué verde era mi valle, cuando el cura pide voluntarios que se atrevan a bajar a la mina a rescatar a los pobres desgraciados del derrumbe. Nadie se atreve a dar un paso hasta que el gran luchador ciego se mueve hacia delante, buceando en las tinieblas, y dice:

-Yo voy. Son mi misma sangre.

No en vano, las primeras palabras que le escuché yo a Alvaro tuvieron que ver con el cine y con John Ford. El histórico encuentro tuvo lugar en Crisol, un establecimiento penitenciario de finales del siglo XX y comienzos del XXI que estaba ahí sólo para que él y yo nos encontráramos. Subía yo las escaleras del Crisol de Goya cuando vi a un tipo gordo (no tan gordo como ahora) y canoso (pero no tanto como ahora, que parece el negativo de Antoñete) discutiendo con alguien sobre las virtudes de diversos genios cinematográficos:

-El mejor director que jamás haya existido es John Huston -dijo.
-Te olvidas de John Ford -dije yo, de refilón.
-Hablamos de cine, no de religión.

Había saltado rápido como una cobra. Alvaro habla rápido, más rápido que nadie que yo conozca, pero escribe despacio, tan despacio que sus lectores a veces no se lo perdonamos. Quizá es que el verso de Alvaro, la frase de Alvaro, va creciendo con la sabia lentitud de la estalactita, la cadencia con que el mar acuna sus mareas. Siempre he pensado que, entre las grandes injusticias del mundo, no es la menor el hecho de que Alvaro no ocupe el lugar que merece en el mezquino mundillo de las letras. Cualquier suplemento literario o cualquier sección de cultura de cualquier periódico que lo fichara ganaría de inmediato quintales de belleza, inteligencia, brillo y profundidad.

Esto no tiene que ver sólo con la amistad, sino con la justicia. Sobre Niños de tiza se han escrito ya varias críticas, todas ellas elogiosas y algunas en grado sumo, pero nadie ha sabido penetrar en el secreto de sus páginas como lo ha hecho Alvaro en la reseña que va a publicar este verano en la revista Ariadna (http://www.ariadna-rc.com/). Transcribo este fragmento no sólo por lo que me toca, porque me emociona y porque quiero, sino también porque si hubiera sido capaz de expresarlo con tan pocas palabras, me habría ahorrado la novela:

Roberto Esteban, el antiguo boxeador degradado a matón, ex alcohólico, sordo salvo para una pieza de música que resuena en su cabeza como un réquiem que se demora inacabablemente, aquel personaje que recorrió la ciudad en la que vivía para descubrir que era un extraño en ella, regresa a su barrio, por el que han pasado los años que él nunca percibió. Su gran error, el nuestro, es pretender que nuestra infancia nos espere agazapada en los rincones. Nos ocurre siempre que vamos de visita a casa de nuestros padres, cuando nos asomamos a nuestro viejo cuarto creyendo que bastará con eso para que reaparezcan aquellos juegos. Sólo que la casa de Roberto Esteban es brutal, como lo es el confín de las ciudades, los barrios surgidos de la inmigración desde el campo, del desarrollismo chabacano e informe en el que tantas esperanzas se estrellaron sin que sus poseedores lo percibieran. La niñez de Roberto Esteban no es la mía, aunque ambas transcurriesen en el mismo lapso temporal, la tan gloriosa transición que nuestros hermanos mayores cumplieron con inimaginable ejemplaridad. En mi niñez había miedo, a los vampiros, a los muertos vivientes, a los ruidos nocturnos, a dormir solo, a lo que escuchaba de las conversaciones de los mayores, asustados por una debacle que se produciría, irremediablemente, a la semana siguiente, y así semana tras semana. También había mimos, el último Madelman, vacaciones en la costa de Alicante, y papá y mamá que me protegían de los matoncillos (no llegaban a más) del barrio. En la de Esteban no, no quedaba un hueco para el consuelo porque no había sitio para el miedo, porque en las peleas de los descampados no salvaba la campana, ni un árbitro vigilaba la limpieza de los golpes, porque en los confines de la ciudad, durante aquella niñez y hoy en día, el que llora recibe más. Ya dije en una ocasión, y repito aquí con más motivo, que lo que distingue a David Torres es su brutal instinto para lo humano. El vigor con el que consigue alzar a sus personajes de las palabras que los forman va más allá del mero estilo; parece increíble que un tipo con tanta literatura a las espaldas como David, metido en una novela que se circunscribe a las normas del género negro, tanto que la hemos visto mencionada en casi todos los foros especializados, lo que me resulta injusto por reductor, sea capaz de no desperdiciar una sola línea en tópicos, en reacciones esperadas, en respuestas de telefilm. Los niños de tiza van surgiendo a borbotones, inconteniblemente, socavando la seguridad de nuestro pasado, de nuestro buen hacer entonces y ahora, de este presente que creemos merecernos. No hay fantasmas de la niñez. Están en los barrios que nos rodean. David Torres ha colocado a Roberto Esteban ante los suyos. Su niñez no fue un espejo deformante, sino el primero de los muchos puñetazos que le esperaban.

Quizás podamos esperar aún algo de la novela; suelo ser pesimista al respecto, pero David Torres ocupa su rincón dispuesto a fajarse para que su género, porque es más suyo a cada página, resista un poco más antes de arrojar definitivamente la toalla.

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miércoles, 18 de junio de 2008

Falsificaciones

Uno de los mayores y más rentables fraudes de la actualidad consiste en la falsificación de objetos de marca. Los chinos son líderes mundiales del mercado. Por poco menos de mil euros, su señora puede pasear con un clon casi indistinguible del mismo bolso que pasea Carla Bruni por las pasarelas de la fama. Por cien o doscientos euros, uno puede adquirir una imitación casi perfecta de un reloj de lujo cuyo precio, en realidad, es de cinco o seis mil euros. Hace poco, en un bar, un vendedor ambulante me ofreció uno y lo pagué religiosamente con billetes del Monopoly.






Hoy en día es difícil distinguir la realidad de una copia barata. El año pasado descubrí que uno de mis mejores amigos, uno de esos grandes y viejos camaradas que me acompañan desde hace más de una década por los vaivenes de la vida, era más falso que un euro turco. Nada puede garantizarnos la procedencia del Rolex que cuelga de la muñeca de ese tipo de la inmobiliaria que va a estafarnos con un piso, sobre todo teniendo en cuenta que una garantía o un título de propiedad es mucho más sencillo de copiar que un complejo mecanismo de relojería. Probablemente ni siquiera la estafa sea auténtica. Para evitar este tipo de disgustos quizá lo mejor sea actuar como si todo a nuestro alrededor fuese made in China, incluidos nosotros mismos.

Siempre habíamos sospechado que las Baleares no eran unas islas de verdad, sino sólo un archipiélago de pega. En verano, la hermosa Ibiza revela su condición de vistoso decorado de exteriores. Como en un cortometraje de road movie en el desierto de Nevada o en el pasaje de una novela de Agustín Fernández-Mallo, Ibiza existe sólo para que esa pobre gente que sale de las catacumbas de alcohol y decibelios tenga un mar de papel de plata al fondo de las gafas de sol, unas cuantas rocas y pinos que contemplar en el trayecto que va de la discoteca al aeropuerto.

En cuanto a Mallorca, su condición de irrealidad, de escenario de película, la pregonan a los cuatro vientos esos carteles pagados del bolsillo de los contribuyentes que suplican que la gente hable el idioma de la tierra en lugar del alemán. Mallorca está plagada de falsificaciones, desde camisetas de fútbol hasta hipotecas quiméricas. En Escocia venden castillos con fantasma incluido pero Climent Garau ha perfeccionado la técnica del timo inmobiliario hasta el punto de vender únicamente el fantasma. Ni siquiera en la letra pequeña venían unas instrucciones para armar una casa prefabricada.

Por encima de la ensaimada y la sobrasada (productos autóctonos que, ante la imparable demanda internacional, ya se importan del extranjero) el ladrillo es el verdadero emblema nacional mallorquín. Pero resulta que aquí incluso el cemento es falso. No es de extrañar que Carlos Delgado haya impugnado el Congreso Regional del PP tras descubrir que muchos compromisarios sólo eran maniquíes de escaparate y muñecas hinchables.




(Publicado originalmente en El Mundo-El Dia de Baleares el lunes 16 de junio de 2008)

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lunes, 16 de junio de 2008

Esbjörn Svensson: el trío decapitado

El pasado sábado murió, en un accidente de submarinismo, el magistral pianista sueco Esbjörn Svensson, el artífice del último gran trío del jazz contemporáneo, el E.S.T. Tenía 44 años y, con sólo una docena de discos a sus espaldas, ya había puesto patas arriba media historia de la música. Durante el pasado siglo, la formación del trío clásico (piano, contrabajo, batería) produjo hidras fabulosas que van desde Oscar Peterson a Chick Corea, de Bill Evans a McCoy Tyner, pero ninguno había llevado la fórmula más lejos que Svensson, que basaba casi todo su repertorio exclusivamente en composiciones propias, en una arriesgada y atractiva mezcla de ritmo, tecnología y audacia que amplió (este tiempo verbal es una putada y una lápida) sus posibilidades hasta una nueva y desconocida frontera fuera de tópicos y etiquetas.




Técnicamente, es posible que el trio de Svensson no estuviera a la altura de sus más ilustres contemporáneos (el inmenso Keith Jarret o el tristemente desaparecido Michel Petrucciani), pero lo cierto es que el pianista sueco sacó fuerza de su debilidad, avanzando sin cesar hacia esas tierras movedizas que forman el non plus ultra de la música, ese nebuloso más allá donde las palabras se despegan y el jazz va adquiriendo, al tiempo que surge de los dedos de sus demiurgos, su recién nacida carta de ciudadanía, su libertad maravillosa. Sin doblegarse jamás a la tiranía de los estandars (esos temas clásicos que los grandes pianistas repiten una y otra vez, y donde afilan interminablemente sus uñas), Svensson prefirió conquistar un territorio personal, una tierra propia bañada de resplandor melódico y de luz visionaria.

Tuve oportunidad de verlo en Madrid, el pasado invierno, en un concierto extraordinario donde, en una hora escasa, él y sus dos escuderos incendiaron el teatro con un sonido que brillaba como el fuego y que, como el fuego, transfiguraba el espacio en tiempo y las melodías en la sombra quemada de su pasado. Ahora, por culpa de una desgracia, todo ese fuego son cenizas. El trío ha sido decapitado, Dan Berglund y Magnus Öström son huérfanos de nuevo y, con ellos, todos nosotros.

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viernes, 13 de junio de 2008

Línea caliente

Bibiana Aído, ministra por bulerías, ha anunciado la inauguración de una línea caliente para que los hombres a punto de caer en la tentación se arrepientan a tiempo y canalicen su agresividad a través del desguace de electrodomésticos, por ejemplo. Se darán instrucciones para que, en lugar de emprenderla a navajazos con la señora, el maltratador siga un cursillo telefónico de bricolaje y se desahogue a martillazos contra la lavadora.

Se barajan varios candidatos mediáticos que atiendan la avalancha de llamadas: el padre Mundina daría consejos de jardinería, el doctor Rosado de primeros auxilios, y Arguiñano podría dictar recetas de cocina mientras convence al verraco de turno para que descargue su mala hostia sobre un lomo de cerdo como sustituto provisional de su cónyuge. Aunque bien podría ocurrir, tal y como está Telefónica, que el aprendiz de cocinero entienda mal la receta, le machaque a su señora unos ajos en el cráneo y la policía encuentre el cadáver adornado con perejil. Rico, rico.



Si hay una línea caliente para suicidas, es lógico que haya una para homicidas. Un teléfono de la esperanza exige a gritos un teléfono de la desesperación o de la desesperanza. La propuesta es francamente genial, sólo falta llevarla a la práctica, es decir, idear el modo en que los candidatos a asesinos se decidan a coger el teléfono antes que el bate de béisbol. Pero la iniciativa de Bibiana puede hacer época. Habrá una línea de atención personal para terroristas arrepentidos en el último momento, con instrucciones para desactivar bombas, y un teléfono gratuito para violadores donde una voz pícara y ronroneante (por ejemplo, Nicole Kidman) les vaya insinuando el modo más placentero de masturbarse sin tener que calzarse unas medias en la cara.

No está muy claro si la ministra ha sacado su inspiración de Gila, de Rousseau (aquel humorista que hablaba del 'buen salvaje' mientras abandonaba hijos en la inclusa) o bien de una serie de conferencias impartidas al alimón por Espinete, Don Pimpón y los Teletubbies. A Anthony Burgess no lo ha leído, desde luego, porque entonces sabría que la violencia no es un pin pegado al género masculino sino una bestia prendida al corazón humano con uñas y dientes.

Nicole Kidman puede salir muy cara, pero quizá la ministra podría sustituirla al otro lado del teléfono y así conseguiríamos tarifa plana: más plana imposible. No parece que esta pobre mujer tenga mucho que hacer al frente de ese ministerio salvo chistes. Miguel Aguado, candidato del PSOE a la alcaldía de Tres Cantos, cree que fue Galileo quien demostró que el mundo es redondo, así que Bibiana bien puede creer lo que le venga en gana. Por ejemplo, que la gramática puede adaptarse a sus ideas de bombero y entonces dirigirse a sus subordinados como “miembros y miembras”. La próxima sesión de la Academia de la Lengua intentará dilucidar si se refería a las membranas o al clítoris.


(Publicado originalmente en El Mundo el miércoles 11 de junio de 2008)

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lunes, 9 de junio de 2008

Pepito Piscinas se tira a bomba

Entre los melones más jugosos que he tenido el placer de tropezarme en la vida, merece un lugar destacado Joan Puig, el Pepito Piscinas de Esquerra. Su reciente iniciativa para torpedear Air Berlin, colocando la esvástica nazi en el logotipo de la compañía aérea, no es más que otro mojón más en una larga carrera de indigencia mental a prueba de ridículos. Ante un caso así, el artículo de opinión te lo dan hecho, mascado y regurgitado, y uno no tiene más trabajo que el de hilvanar los chistes que la realidad le ofrece en bandeja.

Aprovecho también para invitaros a todos, sandías y melones, a la fiesta de presentación que tendrá lugar en Hotel Kafka, c/Hortaleza 104, el jueves 12 de junio a partir de las 19,30 de la tarde, con motivo de la presentación de mis dos últimos libros, Niños de tiza y Bellas y bestias. Serán maestros de ceremonias mis amigos Fernando Marías, Rafael Reig y Román Piña.





AIR BOMBING

No se entiende muy bien la polémica entre los catalanazis y Air Berlin cuando ambas corporaciones tienen tantas cosas en común. Air Berlin presume de ofrecer las tarifas más baratas del mercado y los nacionalistas salchicheros tienen las ideas más baratas que quepa imaginarse. Unas ideas que, más que pensarse, se arrastran, de tiradas, abyectas y rastreras que son. Podría decirse que son ideas de mierda si no fuese porque hasta la mierda, usada como abono, tiene alguna utilidad. Las ideas del lobby catalanazi huelen, como dice Román Piña, pero ni siquiera caben en la categoría de escoria.

La pregunta de Joachim Hunold, director general de Air Berlin, ante la presión del Govern para que alicate todos sus vuelos en catalán, cae por su propio peso, como Puig en las piscinas. ¿Es el español la lengua oficial de España? Evidentemente, no. Aquí el español no existe. Para defender la quisquillosa sensibilidad de los idiomas maltratados por el franquismo, lo degradamos a la categoría de 'castellano', palmaria soplapollez que todavía estamos lamentando. Porque 'castellano' es el marchamo de una lengua invasora, circunscrita al reino de Castilla y expandida como un cáncer con metástasis a través de varias regiones, continentes y océanos. La triste realidad es que las lenguas en la Península nunca se han pegado entre ellas, que en muchas zonas del País Vasco, de Cataluña y de Galicia el castellano se habla desde que se inventó.

La otra triste realidad es que los idiomas no tienen ninguna sensibilidad. La sensibilidad se la construyen esos políticos que necesitan la filología para rellenar el penoso panorama de sus propuestas y la amplitud resonante de su vacío craneal. Los alemanes le habían ganado la partida al Govern desde que Carlos V de Alemania (y I de España) adoptó el español como lengua franca en la corte imperial. Es vergonzoso que un gerifalte de una compañía aérea tenga que darle lecciones de historia elemental a nuestros mandamases, pero qué le vamos a hacer.

Como la Historia para esta gentuza no es más que un quesito del Trivial, seguro que piensan que 'lengua franca' es la lengua de Franco y encima se nos van a cabrear más. Joan Puig ya ha propuesto hacer bombing contra 'los nazis de Air Berlin' y de nazis este hombre sabe un rato, primero, porque comparte ideología, y segundo, porque aprendió a invadir piscinas gracias a la táctica en picado de los stukas en los bombardeos sobre Londres. La piscina de Pedro Jota sufrió uno de sus ataques en bañador (estilo bombing, sí) y todavía quedan lípidos nacionalistas enganchados en el sumidero y flotando por los alrededores. Aún no sabemos si quería liberar la piscina, liberar el catalán o liberar a Willy.

Ahora bien, Air Berlin puede volar tranquila. El boicot de los catalanazis no puede afectarle mucho. No se sabe de ningún nacionalista que haya salido de su boina para coger un avión. Al menos pagando él.


(Publicado originalmente en El Mundo-El Dia de Baleares el lunes 9 de junio de 2008)

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viernes, 6 de junio de 2008

La importancia de tomar Viagra

Nada más empezar la película, cuando uno ve al gordo agusanado de Philip Seymour Hoffman enculando a ese pedazo de hembra denominada Marisa Tomei, sabe que la cosa va a acabar mal. Muy mal. Según la ley del Dr. House, los 4 follan con los 4, los 7 con los 7, y así sucesivamente, y no hay ninguna razón para que un 9'5 como la Tomei se lo monte estilo perro con un cangrejo de río cocido como P.S.H. salvo una: dinero. Y de eso va la película, de lo cara que sale una esposa que en realidad es una muñeca hinchable con una hucha en el culo, con lo barato que, en comparación, debe de ser irse de putas en N.Y. Hoffman recuerda a todas horas aquel polvo glorioso que echó en Río de Janeiro y piensa (es un decir) que su triunfo eréctil se debió al clima brasileño, con lo que intenta acumular pasta del único modo que admite el cine americano, esto es, atracando bancos, en lugar de ir al médico y pedir una receta de Viagra.





Hoffman tiene un hermano aun más retrasado mental que él, interpretado por Ethan Hawke (un actor que iba para guapo pero que se ha quedado con cara de monedero viejo), que también anda con problemas de liquidez. Como los dos juntos apenas pueden ir al baño solos, no se les ocurre otra idea para solucionar sus pufos que atracar la joyería de sus padres con el resultado que los espectadores sospechan y que Sidney Lumet se apresura a colocar justo después del culo en cinemascope de la Tomei: una masacre. Ethan Hawke, disfrazado de actor porno en paro, sale echando hostias al volante de un coche, dejando en la joyería a su madre con un tiro en el pecho y a su amiguete (un atracador border line al que debió de conocer en una reunión de tupperware) tendido en la acera en espera de la tiza.

El resto es el penoso despropósito de un director octogenario al que le ha dado por plagiar Reservoir Dogs, con unos cambios de tiempo y perspectivas múltiples que, en contraste con la obra maestra de Tarantino, parecen un trabajo de manualidades para la residencia de ancianos de donde nunca debió salir. Así, a bote pronto, entre bostezo y bostezo, yo descubrí dos incongruencias de guión más gordas que los michelines de P.S.H.: el hecho de que Hawke no viera que quién estaba en la joyería era su propia madre (el coche de su padre pasa a medio metro del suyo: ni siquiera puede exculparlo su síndrome de Down) y el hecho de que la policía se toque los huevos y ni siquiera vaya a la casa del atracador border line para descubrir el hilo que inmediatamente los guiaría hasta esa nueva edición de los hermanos Dalton.

Da plena fe de la necedad de este pastelazo la impotencia de un actor tan grande como Albert Finney, que apenas puede sostener sobre sus hombros la inverosimilitud de su personaje y se limita a boquear durante media cinta con cara de galápago lovecraftiano hasta que se desata en un final por completo torpe, necio e increíble. Uno recuerda lo que hizo con un argumento parecido y aún más cadáveres el guionista David Webb Peoples en Sin Perdón, donde, si ustedes recuerdan bien, se desencadena una matanza exponencial sólo por la simple razón de que una puta tonta se ríe de un tipo que la tiene pequeña. Con lo fácil que es pedir Viagra.

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miércoles, 4 de junio de 2008

Encuentros en la tercera fase

(Atención: este post puede herir su sensibilidad, si la tiene)

No sé a otros escritores, pero a mí me encanta encontrame con mis lectores cara a cara. Cuando trabajaba en la librería Altair, tenía más posibilidades de hacerlo: ahora tengo que conformarme con las firmas de la Feria del Libro (por cierto, voy el próximo domingo 8 a la caseta de Anaya, por la tarde, y el domingo 15 por la mañana a la caseta de Altair). En la Feria del Libro de Palma, junto a mi amigo Román Piña, tropecé con dos auténticas frikis que merecerían una entrada aparte. Pero lo más extraño que me ha pasado en el mundo éste de la literatura fue el careo que tuve con la gente del Club Social Seco el pasado miércoles.

Yo ya había estado en dos clubs de lectura: uno, hace unos cinco años, por invitación del poeta Alvaro Fierro, en la casa de una de sus amigas, donde estuve acompañado de una pléyade de lectoras jóvenes, educadas y hermosas; y otro, también por motivo de El gran silencio, en Estudio en escarlata, librería especializada en novela negra y de género de donde salí con un buen puñado de nuevos amigos. Nada me había preparado, sin embargo, para lo que me aguardaba en el Club Social Seco, a pesar de que me llevó hasta allí un viejo amigo de la Semana Negra e impenitente lector mío: Enrique Bienzobas.

La sensación que tuve fue más o menos semejante a la que padeció Dalí en su última sesión frente el grupo surrealista, cuando tuvo que explicar sus desviaciones ideológicas. No en vano, en los preliminares alcohólicos, mientras calentábamos vasos y sillas, un anciano proclamó orgullosamente que era estalinista. Luego, tras una introducción sobre mi obra por parte de Enrique, empezó el despellejamiento.






La señora sentada a mi lado dijo que no entendía cómo podía haber pintado una infancia así, plagada de sadismo y crueldad. Niños que pegaban a otros, niños que se burlaban de otros, que abusaban de los débiles. Ella nunca había pasado por esas experiencias y eso que trabajaba en TVE. Algunas voces salieron tímidamente a defenderme. Yo me encogí de hombros. Después de que algunos presentes contaran algunas de las humillaciones sufridas en su niñez, la señora sentada a mi lado añadió que todos los personajes de mi novela eran repugnantes:

-Los hombres son asquerosos, la tía millonaria es horrible, Lola una puta...
-¿Una puta? -pregunté yo-. ¿Se acuesta por dinero?
-Una puta -sentenció con irrebatible autoridad, antes de proseguir la paliza-. Y la madre es tonta perdida.
-¿Tonta? -me defendí débilmente-. Pero si le avisa a Esteban de la que se le viene encima nada más empezar la novela. Y al final...
-Y lo peor de todo -dijo la señora, terminando la exposición de los hechos- es que los dos únicos personajes positivos del libro, los dos buenos... ¡son dos curas!

Abominación. Horror de horrores. Dos curas buenos, a quién se le ocurre. Empecé a comprender dónde me había metido. El que no sabía donde meterse era Enrique, que, sentado a mi izquierda, de vez en cuando salpimentaba unas palabras de ánimo como el buen ladrón en lo alto del Calvario. Desde la cruz, yo lanzaba la mirada al fondo, donde David G. Panadero intentaba llevar la conversación hacia el cuadrilátero de la novela negra, calibrando si sus enormes y cinematográficas espaldas me servirían para escapar del linchamiento. Todo inútil. La señora que estaba al lado de la señora que estaba a mi lado dijo que no se creía nada del personaje de Esteban. Pensé que a lo mejor me hacían devolverles el dinero. Luego añadió que, eso sí, la infancia en el barrio era tal cual la recordaba. Aproveché que dejaban de apretar los tornillos un instante para soltar un chiste:

-¿Sabéis una cosa? Fue una suerte que ninguno de vosotros estuviera en el jurado del premio.

Las risas no aliviaron mucho la tensión. El chaval sentado a la izquierda de Enrique empezó a hablar de política, de toques de queda, de luchas callejeras. Le dije que había escrito el libro, entre otras cosas, porque estaba harto de oír hablar de lucha callejera a toda esa generación cuando Franco se había muerto en la cama. Que nuestra libertad no era fruto de la lucha política sino una simple derrota de la medicina. A los ancianos de la extrema izquierda, que habían estado callados hasta ese momento, se les empezaron a atragantar mis torpes confesiones. El señor sentado a la izquierda del estalinista, que tenía un vago parecido con mi amigo, el escritor Eduardo Chamorro, preguntó si yo había dicho algo contra Castro. Cuando me mofé del Mayo del 68 diciendo que la verdadera lucha, con muertos y con mártires, había estado en Praga, como después estaría en Polonia, el estalinista salió en defensa de las revoluciones pendientes. Yo dije que, visto el resultado, prefería los pendientes a las revoluciones. Mencioné a los grandes carniceros comunistas: Mao, Pol Pot, Hoxha, Ceacescu, Stalin...

-¿Ha dicho algo contra Castro? -preguntó otra vez el clon de Eduardo Chamorro.
-Todavía no -gruñó el otro.
-No, pero vamos, si quieres te digo mi opinión sobre Castro en un momento. Es un dictador y un asesino.

El clon de Chamorro dijo que él no podía seguir allí sentado. Se levantó muy digno y salió por la puerta como si fuera rumbo directo a Sierra Maestra. La señora sentada a mi izquierda me preguntó si yo era creyente. Le dije que no cuando en realidad le tenía que haber dicho: 'A usted qué cojones le importa, señora'. El estalinista me preguntó de dónde había sacado yo la mandanga ésa de los crímenes de Stalin. 'De Robert Conquest', dije aunque también podía haber citado a Kruschov, a la Historia, al sentido común, la invasión de Polonia, el pacto germano-soviético. Mencioné a Kolyma y el hombre creyó que me refería al último helado de Frigo. El estalinista me dijo quién era ese Robert Conquest y yo ya empecé a cabrearme de verdad. Lo comparó con Pio Moa y entonces yo repliqué que nada hay más parecido a un creyente católico que un creyente comunista. Con la diferencia, claro, de que un católico, al menos, cree en Dios, mientras que el comunista, como dijo Chesterton, puede creer cualquier cosa. Incluso en Stalin. Fue inútil porque nada más acabar la comparación, el ferviente estalinista se levantó y salió por la puerta, muy digno, no sin antes decirme que él no podía perder el tiempo discutiendo chorradas. Y mientras lo decía señalaba mi libro: tres años de auténtico trabajo proletario. En ese instante comprendí que el que estaba perdiendo el tiempo, el que sobraba allí, era yo. Me levanté, di las buenas noches, y escoltado por Panadero y Enrique, atolondrado después de la paliza, vapuleado, humillado, infinitamente aliviado, salí a la calle.

Aquella noche soñé que había vuelto al cole.

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domingo, 1 de junio de 2008

Bellas y bestias: Paul Naschy

Hace cosa de unos diez años, por intermedio de mi amigo Juan Manuel de Prada, conocí a Paul Naschy y le hice una larga entrevista que quizá algún día emerja en esta misma papelera de reciclaje. Me pareció un personaje encantador, tranquilo y sencillo, un hombre de enorme cultura, de múltiples talentos y que, debajo de su careta de monstruo, guarda aún una fastuosa mirada de niño malo y una insobornable veta de ternura animal. La entrevista luego no la quiso publicar nadie y no me atreví a volver a llamarlo porque me pareció una soberana estupidez haberle hecho perder una tarde entera en el VIPS de Alberto Aguilera para nada. Al poco tiempo, le concedieron la Medalla de Oro de las Bellas Artes en reconocimiento a toda su trayectoria, un premio en el que anduvo metido la mano de otro amigo común y ferviente admirador de Paul, Luis Alberto de Cuenca.

Sin embargo, conservé el agradable recuerdo de aquella tarde para el retrato que luego le saqué en el M2 y que después ilustró Bellas y Bestias: un aguafuerte de luces y sombras donde, aparte de Paul, sale también mi opinión sobre el cine español, el género de terror y la dictadura franquista. Reconozco que es una de las etopeyas más logradas del libro: no en vano Naschy es una de mis bestias favoritas.




Otros sobrenombres: Waldemar Daninsky, Jacinto Molina. Fugitivo del cine ibérico desde hace décadas, reaparece esporádicamente para perpetrar matanzas y carnicerías que dejan el patio de butacas chorreando. En cualquier otro país, en cualquier otro cine, ya lo hubieran encerrado eternamente entre los barrotes de una pantalla y lo hubieran condenado a la gloria perpetua. Pero vivimos en una provincia bárbara de Europa donde se persigue a las fieras y a las leyendas, se apalea y se despelleja a los lobos, y después se cuelga el pellejo del palo más alto del pueblo, para escalofrío del respetable, y burla y regocijo de los niños.

En un cine de ovejas, hecho por y para rumiantes, quién iba a entender que los carnívoros son y han sido siempre más eficaces, más nobles y más limpios. A la gente le asusta la sangre, prefiere seguir ramoneando ortigas y hierbajos. ¿Cuándo y cómo y dónde encajar esta gótica cabeza, la arcaica y abombada frente que el tiempo ha ido despoblando y en la que sólo queda ya el páramo, la nieve de lo que un día fue el bosque donde aullaba la bestia?

En el cuévano de la boca, bajo el arco de unos extrañamente sensuales labios, habitaron un día dentaduras feroces y colmillos de Drácula, se masticaron cuellos y entrañas propiciatorias, pero también se paladearon senos desnudos, lenguas de vírgenes, dedos de doncellas, los muslos y los glúteos más espléndidos de una dictadura que agonizaba en el sarcófago de la verosimilitud histórica. Mientras la hemoglobina resbalaba por las comisuras pintadas de yeso, España temblaba herida de muerte bajo la sombra de una cruz de diez toneladas, a los pies de un vampiro enano que, sentado sobre montañas de huesos y repleto de sangre humana, celebraba las ceremonias del crimen, del terror y las misas negras.

Las cejas iracundas, las fuertes mandíbulas, la despiadada nariz y, sobre todo, los ojos salvajes y encarnizados, están hechos para dar miedo. Bajo las curvas y las deudas de la vejez, aún se oculta la musculatura impaciente del levantador de pesas, la lozanía impecable, ancha y fresca del gimnasta. Todo en este rostro campechano remite a la efigie de un animal sanguinario, pero el mito que se esconde detrás de tanto asesino y tanto muerto en vida, es el del licántropo: un pobre hombre que corre entre la multitud armada de piedras, de lanzas y de críticas; un lobo asustado que huye campo a través, enseñando los dientes. En el terror los verdaderos monstruos siempre llevan careta humana.

Ahora que subsiste como una gárgola viviente, ilustre, orgullosa de sus heridas, todavía afila sus garras en algún viejo guión, soñando con regresar de nuevo a la caverna platónica para lanzar un largo aullido a la noche eterna de las ovejas y los herbívoros cinematográficos. Pero será inútil, una vez más: como aullar a la luna de Valencia.

El aullido es viejo: proviene de la guerra civil, resuena en las trincheras y en las calles, entre las mondaduras de naranja. Era fácil coger el tono pero ¿cómo iba a dar miedo un hombre lobo que trabajaba a tiempo parcial en un país repleto de monstruos profesionales, de generales hechos de pedazos de cadáveres? ¿Cómo esconderse en una Transilvania de pueblo donde imperaba una momia festoneada de tubos, mantenida con vida gracias a artilugios secretos y científicos locos, una momia cuyo perfil lamentable y horrible se acuñaba en todas las monedas? ¿Cómo iban a entenderle los esclavos que aplaudíamos el NODO como si fuera cine fantástico?

(Del libro BELLAS Y BESTIAS, http://www.editorialsloper.es/

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